Iglesia de la Real Colegiata de Santa María de Roncesvalles
Alguna vez los caprichos están justificados. Se muy bien, que el viaje de regreso en autobús se hace muy largo, todos queremos llegar a casa cuanto antes, yo la primera. Por eso parecía una extravagancia añadir al pro-grama un desvío hasta Saint-Jean-pied-de-port y Ronces-valles. Quería cerrar el viaje con dos de esos parajes que por alguna razón misteriosa me engancharon. Cuestión de tejer cabos sueltos, como siempre. Me encantaba, cuando era estu-diante, La Chanson de Roland :" Qué altos son los montes"/ " Qué profundos los valles". Sentía compasión por el héroe vencido. Me faltaba una canción para cerrar el viaje. Y qué mejor que los sonidos lastimeros del olifante de Roland, llamando a su tío, el de la barba florida... Me empeñé, a pesar de lo poco que le gustó al chófer semejante rodeo. Una vez más la naturaleza fue generosa y nos preparó dos imágenes de postal para el álbum de recuerdos: el valle entre montañas que va de Bayonne a Saint-Jean pied-de-port-, casi floreciendo, con sus cascadas, sus verdes claros de los prados donde pastaban diversos rebaños de ovejas que parecían posar para la postal. El caserío de Saint-Jean desde el autobús, y la sorpresa final, Roncesvalles cubierto de un manto de nieve. Mientras los chicos se desperezan con una batalla campal de bolas de nieve, tenemos tiempo para acercarnos a la iglesia de la Colegiata. Una verdadera joya del más puro estilo gótico francés. El reencuentro no me defrauda, al contrario supera el recuerdo de hace más de 20 años. Hay un juego de luces en el momento de la visita que acrecienta la magia del lugar. Y a continuación la travesía, casi de punta a punta del país, Navarra, Castilla, Galicia, nuestro Camino de Santiago hasta cerca de las 12 de la noche en que nos dejan ante el Instituto y el viaje toca a su fin.
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