lunes, 26 de marzo de 2018

La casa junto al mar

Fotograma de La casa junto al mar
Robert Guédiguian sigue siendo un irreductible. Casi 40 años después de su primera película, Último verano (1980), el director continúa a machamartillo con su espíritu revolucionario, voz de la conciencia de la clase obrera de una Francia que, en estas cuatro décadas, ha cambiado mucho. Y seguramente no hacia su lugar soñado. Sin embargo, a sus 64 años, junto a sus modos batalladores, consciente de la ruta política hacia la que se ha dirigido buena parte de su país en los últimos tiempos, Guédiguian parece expeler una cierta desesperanza. Y 2017 es una muestra de esa ambivalencia: fue uno de los productores del excelente El joven Karl Marx, didáctica de sus ideales, de sus origines, y dirigió la cautivadora La casa junto al mar, donde una sombra de abatimiento apunta a que las grandes ilusiones quizá hayan alcanzado la categoría de utopía. Una obra en la que el peso de la conciencia adquiere protagonismo y en un tiempo en el que sus personajes -encarnados por los de siempre, los maravillosos Ariane Ascaride, Gérard Meylan y Jean Pierre Darroussin- parecen casi más predispuestos para la armonía que para la contienda.
 Por supuesto que aún hay motivos para la lucha -la inmigración, los refugiados, los despidos, los desmanes inmobiliarios, la tiranía del turismo... -, pero al mismo tiempo, surge la búsqueda de una calma interior que revela una pizca de cansancio. Así, esos afanes de sosiego llegan por el camino de la bondad, lo que no deja de ser ideológico. Sobre todo porque no se trata de una bondad natural, sino de una bondad elegida, buscada y al fin, lograda. 
Con reminiscencias explícitas de El alma buena de Sezuán, de Beltor Brecht, La casa junto al mar encuentra su momento cumbre en un flashback tan emocionante como amargo, en el que el director utiliza una secuencia de ¿Quién sabe?, su tercera película de 1985, para mostrar el brío juvenil de un grupo de personajes de ficción que también eran combatientes artísticos y aún pretendían cambiar el mundo. Una época puede que irrecuperable, para sus personajes y para su cine.
J. O. El País, viernes 23 de marzo de 2018

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