Una patológica incapacidad para elegir, da lo mismo qué, es el primario motor de esta poco o nada estimulante comedia romántica dirigida por Eric Lavaine, que repite así su infalible fórmula de divertir sin ofender para arrasar en la taquilla francesa. La originalidad brilla por su ausencia en este artefacto simplón que se entrega con ardor a los lugares comunes más recalcitrantes. El peso de tan rutinaria propuesta recae sobre el buen hacer de la veterana Alexandra Lamy -los demás personajes apenas existen- , actriz curtida en este tipo de clichés prefabricados que tanto gustan a esas audiencias poco exigentes, prisioneras de una coreografía de risas como pactada de antemano. Ella es una mujer ya no tan joven, camarera en la casa de comidas de su padre, que intenta escapar a su acuciante condición de soltera y se ve atrapada en una una paradójica encrucijada sentimental, enamorada por igual de dos hombres, que la torpeza del guión resuelve como el triunfo de lo políticamente correcto frente a la tentadora sombra de la transgresión.
Alberto Bermejo. El Mundo, 9 de marzo de 2018
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