El 50º aniversario de mayo del 68 se aproxima a galope tendido. ¿Y si la celebración eludiera las posibles fanfarrias, los doctos estudios y los relatos de los antiguos luchadores? ¿Y si -aunque solo fuera por una noche, o una hora, o el tiempo que dura una ensoñación- acudiera a beber en las fuentes de la conmemoración, en la cascada de la impertinencia, la furia irónica y la fraternidad erudita que presidieron, hace cincuenta años, aquellas barricadas mágicas, aquellos anfiteatros rebeldes y aquellos días de locura completa en los que París recuperó una atmósfera de educación sentimental?
La insumisión dejaría de ser privativa de un partido y los inquilinos de la vieja izquierda, la de las ideas de plomo, se exiliarían, de manera definitiva, a Baden Baden.
Los socialistas se dedicarían más a los sueños que a presentar mociones.
Los zadistas (activistas para una ZAD, una Zona A Defender en sus siglas francesas) que ocupan Notre-Dame-des-Landes se convertirían en la protagonista de Zazie en el metro y de su no-aeropuerto se elevarían bengalas de esperanza.
Los hombres y las mujeres dejarían de ir cada uno por su lado y los enamorados, las enamoradas y los amigos del deseo y la pasión arrojarían no cerdos, sino adoquines a los instigadores del nuevo orden moral que se nos viene encima.
Explicaríamos a las feministas juramentadas que Catherine Deneuve, con sus películas, ha contribuido a aflojar el yugo de las mujeres más de lo que pueden ellas hacer jamás con sus artículos llenos de reprimendas y sus invitaciones a la delación.
Repartiríamos con un gran alborozo un libro rojo con fragmentos de Marivaux, una canción de Ronsard y la páginas más eróticas de En busca del tiempo perdido.
Paul Ricoeur, resucitado, comprobaría que un hijo de mayo, discípulo suyo, parece haber adquirido el arte de hacer respirar a una sociedad.
El Parlamento ya no estaría en marcha, sino deambulando; se desviaría por caminos transversales y sin aduanas ideológicas: en él no sólo se leerían los informes del Tribunal de Cuentas, sino también Rimbaud, Baudelaire y Romain Gary...
Bernard-Henry Lévy.El País, domingo 25 de febrero de 2018
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