domingo, 20 de octubre de 2019

El paraiso perdido de Rimbaud, 2

La plaza Ducale
Todo en Charleville resulta simbólico y literal desde el principio. ¿Soñó Carlos de Gonzaga a Rimbaud dos siglos antes, o fue Rimbaud el que desde niño soñó con ser el príncipe de Charleville? De hecho la casa donde vivió con su madre y sus hermanos de los 7 a los 17 años está a pocos pasos de esta curiosa construcción que él veía cada mañana al levantarse, y delante, el río, un río frontera donde termina la ciudad y comienza el bosque. Y más allá Bruselas. Vivir aquí debe marcar carácter. El molino está cerrado a estas horas, y también la Maison des Ailleurs (la casa del más allá, de lo lejano), donde Rimbaud escribió la mayor parte de su obra antes de los 20 años. A este domicilio se mudó Vitalie cuando sus retoños ya habían crecido. Era su sueño. Ocupar una de las viviendas burguesas que dan la espalda al pueblo y solo escuchan la murmuración del río. Lo curioso es que frente a la casa natal -Rimbaud nació el 20 de octubre de 1854-, en el otro extremo de la calle, se levanta la estatua de Carlos de Gonzaga. Me pregunto si Arthur la veía desde sus ventanas. O la han colocado luego.
Cada paso que doy en esta mañana de domingo me confirma en la idea del príncipe poeta. La arquitectura tiene aquí el cruño inequívoco de un sueño. La plaza Ducale, la principal, es otra de esas sorpresas que te reciben. Cosntruida a imitación de la plaza des Vosges de París, el arquitecto Clément Métezeau, era hermano del que diseño la famosa esplanada parisiense. Y aquí me siento a tomar un almuerzo temprano. Enfrente hay un grupo de jóvenes parejas con sus hijos celebra la mañana del domingo, y pienso que esos niños que no chillan ni molestan son lo que fue Rimbaud: un buen chico al que un buen día  le dio por arrojar versos como pedradas a sus vecinos. Me pregunto por qué fisuras o por qué huecos se coló en él el dios de las fugas...
Luisa Castro. El Viajero. El País, viernes 27 de septiembre de 2019   

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