Simone Weil en una ilustraciónn de Mark Linsenmayer |
Tres meses después de que Hitler sea nombrado constitucionalmente canciller de Alemania, otra gran filósofa, Edith Stein, ingresa en el Carmelo de Colonia. Alemania se proyectaba, imperial, hacia fuera. Stein lo hace, empática, hacia dentro. Seis baúles cargados de libros acompañan su ingreso. En ese mismo año, Weil, que tiene la edad de Cristo, se enfrenta de otro modo a la crisis sociopolítica y espiritual de Europa. Ya se ha decantado por la exigencia de probidad intelectual, a lo que une una incasable crítica de las formas de poder. Ecologista sin saberlo, cuestiona la lógica marxista del crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas y prepara Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, que recogen lo aprendido en el seno del sindicalismo revolucionario antes de su experiencia como obrera en la industria del automóvil. Ambiciona encontrar el mecanismo de la opresión en las condiciones materiales de la organización social. Reivindica el "verdadero legado de Marx", el materialismo como método de conocimiento y de acción. Descubre las causas de la opresión no solo en la estructura jerárquica de la fábrica, sino también en la especialización y la división del trabajo...
Como en el caso de Spinoza, las obras de Weil fueron publicadas por sus amigos después de su muerte por tuberculosis. Tenía 34 años, 10 menos que el sefardí. En su vida breve eligió la empatía frente al poder, la experiencia a la institución , lo excéntrico a lo concéntrico, la mística al pragmatismo. Supo que el concepto de justicia cuando se aplica a la vida se pervierte, como también el de contradicción. Buscó con denuedo una experiencia religiosa que no era patrimonio de los grandes o los intelectuales, sino aspiración legítima de obreros y gentes sencillas. Activista impenitente, fue más griega que romana, más órfica que pitagórica. Se dejaba llevar con gusto por el presentimiento del destino divino del alma, por la nostalgia platónica del bien eterno. Una intuición "que va destilando gota a gota, en el sueño del inconsciente". A la hora de tomar conciencia de sí mismo, añade, uno ya es preso de la gracia. Sólo queda dar el consentimiento. Un ethos femenino que huye de abstracciones y se orienta hacia lo vivo y concreto, a integrar lo intelectual y lo afectivo, a una percepción del corazón...
Juan Arnau. Pensadores intempestivos. El País, sábado 8 de agosto de 2020
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