domingo, 30 de agosto de 2020

La gravedad y la gracia: Simone Weil

Simone Weil en una ilustraciónn de Mark Linsenmayer
Si el secreto de la vida es no tener nunca una emoción poco elegante, y si la vida real es aquella que no dirigimos, que nos lleva de una batalla a otra, como proponía Oscar Wilde, entonces la vida de Simone Weil es modelo de vida plena, injusta, como ha de ser una vida (pues de ser justa nos iría peor). Weil es ejemplo de alma libre y encadenada. Libre por su férrea voluntad de traspasar fronteras ideológicas, éticas y metafísicas: fue cristiana y judía, obrera y anticomunista, campesina e intelectual, pacifista y combatiente, filósofa y teóloga. Encadenada, por su exquisita sensibilidad para percibir la deriva macabra de la Europa de entreguerras. Nadie de su tiempo tuvo una conciencia tan lúcida de la opresión que se cernía sobre el viejo mundo. De ahí que Albert Camus la bendijera como "el único gran espíritu de nuestra época". Para conocer de primera mano la realidad obrera, trabajó en el campo y en las fábricas, se unió a la columna de Durruti en la guerra civil española (con un fusil sin munición y una camisa de 11 varas) y luego a la resistencia francesa durante la ocupación nazi. Su honestidad podía resultar insoportable, pero su dulzura terminaba por allanar el camino del diálogo y la compasión.
Tres meses después de que Hitler sea nombrado constitucionalmente canciller de Alemania, otra gran filósofa, Edith Stein, ingresa en el Carmelo de Colonia. Alemania se proyectaba, imperial, hacia fuera. Stein lo hace, empática, hacia dentro. Seis baúles cargados de libros acompañan su ingreso. En ese mismo año, Weil, que tiene la edad de Cristo, se enfrenta de otro modo a la crisis sociopolítica y espiritual de Europa. Ya se ha decantado por la exigencia de probidad intelectual, a lo que une una incasable crítica de las formas de poder. Ecologista sin saberlo, cuestiona la lógica marxista del crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas y prepara Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, que recogen lo aprendido en el seno del sindicalismo revolucionario antes de su experiencia como obrera en la industria del automóvil. Ambiciona encontrar el mecanismo de la opresión en las condiciones materiales de la organización social. Reivindica el "verdadero legado de Marx", el materialismo como método de conocimiento y de acción. Descubre las causas de la opresión no solo en la estructura jerárquica de la fábrica, sino también en la especialización y la división del trabajo...
Como en el caso de Spinoza, las obras de Weil fueron publicadas por sus amigos después de su muerte por tuberculosis. Tenía 34 años, 10 menos que el sefardí. En su vida breve eligió la empatía frente al poder, la experiencia a la institución , lo excéntrico a lo concéntrico, la mística al pragmatismo. Supo que el concepto de justicia cuando se aplica a la vida se pervierte, como también el de contradicción. Buscó con denuedo una experiencia religiosa que no era patrimonio de los grandes o los intelectuales, sino aspiración legítima de obreros y gentes sencillas. Activista impenitente, fue más griega que romana, más órfica que pitagórica. Se dejaba llevar con gusto por el presentimiento del destino divino del alma, por la nostalgia platónica del bien eterno. Una intuición "que va destilando gota a gota, en el sueño del inconsciente". A la hora de tomar conciencia de sí mismo, añade, uno ya es preso de la gracia. Sólo queda dar el consentimiento. Un ethos femenino  que huye de abstracciones y se orienta hacia lo vivo y concreto, a integrar lo intelectual y lo afectivo, a una percepción del corazón...

Juan Arnau. Pensadores intempestivos. El País, sábado 8 de agosto de 2020 

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