lunes, 24 de agosto de 2020

Del Mar del Norte al Mar Negro: Sigmaringa

Castillo de Sigmaringa
El castillo sobre el Danubio parece sacado de un cuento de hadas. O de una pesadilla. Sigmaringa: las torres en lo alto del pueblo, el decorado de opereta, la silueta hollywoodiense de "estuco y cartón piedra", como escribiría el doctor Luis-Ferdinand Destouches, que vivió unos meses bajo su sombra. La alemana Sigmaringa es el reverso de la belga Ostende, punto de partida de este viaje.
Si Ostende fue penúltimo refugio de los exiliados que en julio de 1936 aún creían poder escapar del nazismo, Sigmaringa fue -entre septiembre de 1944 y abril de 1945- la última escala de otros exiliados, los franceses que se entregaron a Hitler durante la Segunda Guerra Mundial: la capital oficiosa de la Francia colaboracionista, el Vichy del Danubio: Dramatis personae. el mariscal Philippe Pétain y sus ministros, y abajo, más de un millar de franceses en fuga , entre ellos el doctor Destouches, más conocido como Céline.
Ostende y el mar del Norte quedan lejos: 750 kilómetros, dos países, tres fronteras en esta Europa  que no sabe si relajarse o mantenerse en guardia. 
Un nuevo tipo europeo ha nacido con la pandemia: el que sin descanso se desplaza de un país a otro, el nómada a pesar -o a causa- del coronavirus. Porque logra abstraerse del peligro. Porque se evade tras los meses de tensión. O porque no le queda otro remedio.
Jaime Vidal del Olmo es uno de estos europeos. Nos cruzamos con él cerca de la frontera entre Bélgica y Luxemburgo. Viene de lejos. De Girona, donde vive, ha ido a Zaragoza otra vez a Girona y de ahí a Holanda, desde donde debía llegar a Francia pasando por Luxemburgo. Pero al entrar en Luxemburgo la policía le ha obligado a dar la vuelta. Es 14 de julio en Francia, fiesta nacional y la frontera está cerrada a los camiones de más de 7, 5 toneladas.
Vidal llevó un trailer hace años, después lo dejó y fue conductor de autobuses escolares y turísticos. La covid-19 y el confinamiento lo dejaron sin trabajo. "Ya no hay colegio ni turistas", explica. Cuando España dejó el estado de alarma volvió al trailer .
Desde entonces no ha parado. Tres semanas de un país a otro. Un contrato de tres meses. Y un virus de geometría variable: el uso de la mascarilla marca la temperatura del miedo en cada territorio.
"Se nota más en España", dice. Y la percepción es común en muchos españoles que viajan por Europa: menos miedo, menos mascarillas...

Marc Bassets. El País, domingo 2 de agosto de 2020

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