jueves, 27 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Trieste

Trieste
Después de la lluvia en el mar del Norte, en el sur de Alemania y en los Alpes, Trieste deslumbra. El sol, el aire salado, el Adriático."Un español se siente bien en Trieste, y un austriaco,  también. Y un turco y un francés", constata Paolo Rumiz (Trieste, 1947) nada más darnos la bienvenida en la piazza Unità de Italia, donde el 18 de septiembre de 1938 Mussolini proclamó ante al multitud, desde el balcón del Ayuntamiento, las leyes raciales y antisemitas. Buscamos un café. O están cerrados o son demasiado turísticos. Pero incluso los turísticos no están llenos de turistas. Este no es un verano normal-
Rumiz ha atravesado Europa en bicicleta y a pie, en autobús y en tren, por montañas y por caminos romanos y carreteras, y se ha encerrado en monasterios benedictinos y en un faro. Todo lo ha narrado en una decena de libros que son pequeños clásicos de la literatura de viajes de nuestro tiempo. Libros que son guías del oficio de viajar  y el de escribir, como La frontera orientale dell'Europa o Anníbale. Un viaggio (en castellano se ha publicado de él su obra más original, escrita en verso, El membrillo de Estambul, en la editorial Sexto Piso). Textos que solo un triestino -alguien habitado, como dice él por la"inquietud migratoria, como los pájaros"-habría podido concebir.
"Hay solo ocho kilómetros de distancia entre la periferia de la ciudad y la frontera. Durante la guerra de Yugoslavia los cañones se oían desde aquí. Mi abuela vivió bajo seis banderas sin moverse: la Austria-Hungría, la del Reino de Italia, la de la Alemania de Hitler, la de Yugoslavia, la del Territorio Libre de Trieste y la actual República italiana", explica Rumiz sentado en una terraza, la del Café degli Specehi, establecimiento que combina lo genuinamente habsbúrgico con un falso lujo, levemente decadente para los turistas.
"Es como un sismógrafo que vibra todo el tiempo. Aquí la gente lee las nocticas de política internacional con más atención que en Venecia o Verona o en Bolonia". La mística de Trieste es indisociable de la gran literatura. Del poeta Rilke, que unos kilómetros al sur inició la escritura de sus Elegías de Duino, el autóctono Italo Svevo, autor de La conciencia de Zeno. De James Joyce que vivió aquí, a Ivo Andric, el Nobel balcánico que trabajó en el consulado de Yugoslavia en los años veinte. De Umberto Sabia, el poeta que cantó una ciudad donde soplaba "un aire extraño, un aire atormentado" y con rincones secretos y calles escarpadas que se adaptaban a las vidas "pensativas y esquivas" como la suya, a Claudio Magris, el germanista que, con El Danubio , reinventó el río centroeuropeo por ecelencia y el género del libro de viajes...

Marc Bassets. El País. martes 4 de agosto de 2020.

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