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Amélie Nothomb |
Hay quien duerme desnuda, quien vestida con unas gotas de Chanel nº 5 y quien asocia el aroma del rey de los perfumes a la forma más tópica y vulgar de relación. Amélie Nothomb (Kobe, 1967), japonesa belga que reside en París y escribe a razón de un libro por año, le da ese olor a la ingenuidad femenina y al seductor de medio pelo con propósitos perversos en Los nombres epicenos. Altamente provocativa y literaria, epicena, como un columpio entre el caucho de lo frívolo y el cielo metafísico, esta pieza es nothombiana y nothombianamente corta, incisiva. Fiel a su estilo, son poco más de cien páginas para bajarlas en dos tragos. La serial writer que solo dejó de escribir un domingo de su vida vuelve a ofrecer un bombón de licor, unos cuantos, que más nos despiertan que embriagan en la que yo diría que es su mejor novela, como si no existiese un mañana, o los anteriores y espléndidos Metafísica de los tubos, y Ordeno y mando. Nothomb fascina o te deja como si nada, pero eso depende de tí, es algo que va más en función del sentido del humor que tengas que de la capacidad incuestionable de Nothomb de verle la gracia al drama, de su mano para hacer en un par de situaciones y diálogos grotescos, con dos trazos de Matisse, un diagnóstico real, agudo y contundente, de la posmodernidad, sus manías, sus gustos, sus fantasmas y sus relaciones volátiles. Ese terror cotidiano que sus narradoras describen sin paños calientes pero relativizan hasta el ridículo, consigue, pese a todo, hacernos reír... si aceptamos el reflejo monstruoso que devuelve su sonrisa. El humor es la guinda de la inteligencia de Nothomb, de fermentación lenta.
Amélie es, de nuevo en Los nombre epicenos, una Lewis Carroll de piruetas fatales, una felina arañando la cara tapicería del lenguaje, el gato que juega con el ovillo de la literatura sin soltarlo hasta que se deshace del todo. Y no nos suelta.
"El tiempo del infancia se rige por otras leyes. Su densidad solo puede compararse con su sentido trágico. Épicène sabía que iba a vivir cada minuto con embriaguez...", escribe dando voz a su nueva heroína, Épicène, un portento de madurez en su preadolescencia, joven oráculo que tiene madre y padre con nombres epicenos (Dominique, Claude), un gran agujero de amor en su interior y el juicio claro. Lo que saben algunas criaturas... ¡está escrito por Nothomb! Un tipo habitual de hombre, de mujer, de pareja, de familia, de vida chic apestosa esta, desde la caricatura de Amélie, fotografiado en esta historia donde el motor es la venganza, que siempre cava, al final, su propia tumba.
Ana Abelenda. La Voz de Galicia, viernes 26 de junio del 2020
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