sábado, 29 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Bucarets-Sulina

Playa de Sulina
Europa, capital Sulina. Al final del delta del Danubio se hallan el cementerio cosmopolita y la playa turística de una ciudad olvidada donde se ensayó en el siglo XIX un antecedente de la UE. 
Quedan unos metros ya, la recta final de un viaje de costa a costa en Europa. Son las cinco de la mañana y falta poco para que salga el sol. Caminamos por el sendero que lleva a la playa. Un grupo de perros abandonados se ha unido a nosotros al salir de Sulina, el último pueblo del delta del Danubio. Nos escoltan como si quisieran asegurarse de que alcanzaremos el destino, 14 días después de salir de Ostende, en el mar del Norte.
Hemos dejado Bucarest la mañana anterior en dirección a Tulcea, la ciudad donde termina la carretera. No podíamos seguir en coche. Nos embarcamos en una lancha. Viajaban con nosotros dos parejas y un niño. Los hombres bebían cerveza. Una de las mujeres explicó que otros veranos había estado en Barcelona y en París. "Este año nos quedamos en Rumanía", dijo.
El Danabio, que nace en la Selva Negra, 2.800 kilómetros más arriba, se divide en su delta en tres ramas. La norte, más caudalosa marca la frontera con Ucrania. La sur desemboca en el pueblo de San Jorge. Nosotros circulamos por la rama central, que es la principal vía de navegación. Son 68 kilómetros entre Tulcea y Sulina: una hora y media en lancha por la autopista líquida que conecta los puertos danubianos en Rumanía con el mar Negro y el mundo.
Sulina es el fin del continente: otro finis terrae. Y es la milla cero, literalmente, de un río que cuenta la historia de Europa. Por la tarde, a pleno sol, el paseo junto al muelle está vacío. Una sala de juegos, un pub irlandés, terrazas, lanchas que llevan a los turistas de excursión, pescadores. Un skyline desconcertante: casas ruinosas de vago estilo vienés y edificios de pisos que podrían pertenecer a un barrio periférico del bloque soviético. También hay algo de puerto fluvial en el trópico, olvidado en el tiempo y en el espacio, como en una narración de García Márquez o de Graham Greene.
"En invierno esto es jodidamente deprimente", dice Cristian Balea, un hombre que, como muchos de su generación y en su país, ha pasado por España. "Majadahonda, Aviación Española, Leganés, Lavapiés...", recita. Es la lista de los lugares en los que vivió en Madrid. Sus padres desembarcaron en Sulina en 1973 para trabajar en la planta conservera. El edificio abandonado sigue en pie, tétrico y gris, para dar la bienvenida a quienes llegan por el río a la entrada del pueblo, un sedimento de la era Ceausescu en medio de algunos de los paisajes más deslumbrantes de Europa, reserva de la biosfera y patrimonio de la humanidad...
Por el Danubio baja un buque turco : 120 metros de eslora y 16,4 de manga, con capacidad para transportar 8.639 toneladas. Hay tres kilómetros y medio desde aquí hasta el mar, la última recta a pie, de un trayecto de unos 3.500 kilómetros en coche, tren y barca.
Para llegar hay que pasar por la catedral ortodoxa de San Nicolás y Alejandro, fundada en 1910 por Carol 1 de Rumanía, de la casa Hohenzollern-Sigmaringen, un rey nacido en Sismaringa, a orillas del Danubio naciente. "Es la primera iglesia  que ve el sol en la Europa continental", nos explica el sacerdote Macaila Marian. Durante el confinamiento, Marian ofició en solitario, con la única compañía de un cantor. "Aquí no tenemos casos de coranavirus", observa. "De momento"...

Marc Bassets. El País, viernes 7 de agosto de 2020. 

   

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