viernes, 28 de agosto de 2020

Del mar del Norte al mar Negro: Budapest-Bucarest

Estación de Budapest
Un periplo de casi 17 horas en tren a través de estaciones centroeuropeas y la primera frontera dura de la UE. Un viaje por Europa en mitad de la pandemia. Cierro los ojos e intento dormir. Es casi mediodía, llevamos casi 14 horas en vela desde que el tren salió de Budapest la tarde anterior. Paramos en una estación en los Cárpatos. Faltan más de dos horas para Bucarest. El vagón se llena. Oigo hablar árabe. Es mi vecino de asiento que encadena llamada tras llamada. Cuelga y dice en inglés: "Lo siento". Y se presenta: "Soy el director de la Escuela Iraquí de Bucarest". Se llama Haider Al-Hilfi, nació en Irak y lleva siete años en Rumania, donde estudió y se doctoró con una beca del Gobierno iraquí. Se siente a gusto aquí. El doctor Al-Hilfi cree que una ventaja de Rumanía para un iraquí es que, al no pertenecer al espacio Schengen, este país da visados con más facilidad que otros de la UE. Las relaciones entre ambos países son fluidas desde los tiempos de Nicolae Ceausescu y Sadam Hussein.
Un viaje son también las posibilidades que no se concretaron, los caminos que nunca tomamos, las puertas cerradas. Visegrado, en Bosnia Herzegovina, figuraba en los planes iniciales: el escenario de Un puente sobre el río Drina, de Ivo Andric; la región del último genocidio europeo. Y en Hungría habríamos querido visitar el Balatón, el lago más grande de Centroeuropa...Una vez devuelto en Viena el coche de alquiler con el que nos habíamos desplazado desde Ostende, al inicio del viaje y tras un alto en la ruta de 36 horas en Budapest, nos subimos al tren hacia Bucarest. "LLevar la máscara facial es obligatorio en los trenes", se escucha por el altavoz en Budapest-Keleti, la vetusta Estación Oriental...
De estaciones como la de Budapest emana una poesía particular, una constelación de nombres -en los paneles con los destinos y en los convoyes que llegan y salen- que describen un mundo, una cartografía de imperios desvanecidos...
Europa son fronteras imperceptibles. Entre Alemania y Austria y Suiza, por ejemplo, se cruzan sin darse cuenta. Pero hay otras bien reales. Fronteras concéntricas. Ya habíamos abandonado la Europa del euro al entrar en Hungría desde Austria y ahora, en el puesto fronterizo húngaro de Lököshaza, traspasamos el límite de la fortaleza Schengen, la zona de libre circulación de personas. Primera frontera dura del trayecto...a las 12.53 -23 paradas, 830 kilómetros, 16 horas y 43 minutos después de dejar Budapest - entramos en Bucarest. El mar Negro, destino final, se acerca. El trecho que hemos recorrido desde la ciudad belga de Ostende, donde diez días antes comenzó el vaije, es casi el mismo que nos separa se Bagdad.

Marc Bassets. El País, jueves 6 de agosto de 2020    

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