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Marie Gauthier |
Si una novela puede contarse y no asoma el remordimiento de estar banalizándola, es que es muy escasa la literatura que habita en ella. Vestida de corto (Nórdica, 2020) la nouvelle, con la que Gauthier ha ganado el Premio Goncourt de la primera novela se diría a primera vista una historia más de adolescencia insatisfecha y rebelde, o un modélico bildungsroman encerrado en un anónimo pueblo francés durante un tórrido verano. Érase una vez "una chica con falda corta que enseñaba las piernas", una atractiva, escurridiza y promiscua chica rubia que descubría su cuerpo ofreciéndoselo al mejor postor como un ritual de libertad, que no de sumisión. Es Gil, la hija de un tosco peón caminero borrachín, el señor de la colilla. Félix es el Chico, 14 años de ingenuidad dejándose caer en la tentación de Gil, un chaval con aire dulce, como un oso de luche a quien abandonan un verano para que haga de aprendiz de peón y que, en las rutinas de hija y padre de un viejo caserón asfixiante con perro y sofá, descubre que existe un mundo adulto que es preciso conquistar. Las blancas piernas de Gil y sus afeites contrastan con el negro maloliente del alquitrán, omnipresente, como los camiones, el supermercado y el bullicioso café del pueblo árido y vacío, en su papel de símbolos de una realidad vulgar que se confronta con el imaginario opulento de los adolescentes. Gil le enseña revistas porno a Félix como si fueran "un álbum infantil" y Félix, seducido hasta el tuétano por el cuerpo de Gil , comparte con ella la agorera historia de una chica y el mar que induce a la protagonista a imaginarse hundiéndose en las aguas del río...El bello verano perturbador de una lolita rural y un muchacho atisbando la vida adulta transcurre como una ceremonia de la madurez y un aprendizaje de la decepción. Y no resulta fácil olvidar aquí perturbadoras páginas de Pavesse bajo el sol y el amor, y aquellas escenas opresivas de Micol Finzi-Contini con el narrador de la novela de Giorgo Bassani.
Bajo una aparente sencillez, Gauthier de sirve de la sofisticada retórica de la antítesis, de una ironía sutil ("quizá su futuro consistía en eso, beber vino blanco en el bar", piensa el aprendriz) y de constantes eufemismos y elipsis que eluden mencionar lo que se puede inferir, pues "todo flotaba, no valía la pena decir las cosas, ya se adivinaban, estaban en el aire". Su estilo lacónico, de una insólita economía para la riqueza atmosférica que ofrece que tal vez nazca de lecturas como El amante de Marguerite Duras. Gauthier hace literatura y juega además con ella, se divierte construyendo el personaje de un simple empleado de banca y llamándole Julien Sorel pese a no tener ni el atractivo ni la inteligencia del protagonista de Rojo y negro de Stendhal, y de postre un guiño al maestro Proust cuando el narrador asegura que el protagonista escribirá la historia que el lector ha leído ya: "Félix intentaria poner palabras a todo aquello- Hurgaría en su memoria con la pluma en la mano".
Tras al quietud de un escenario de urgencias en soledad una fiesta literaria.
Javier Aparicio Maydeu. Babelia. El País, sábado 15 de agosto de 2020
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