Leyendo la traducción española diríamos que vemos el espíritu de Sagan en el vodevil altoburgués; en la pasión entre una mujer madura y su joven yerno, lo mejor de la novela; en algunas descripciones rápidas y certeras como flechas, en la atmósfera de ligereza que envuelve a los personajes, casi todos atractivos físicamente. Pero en Las cuatro esquinas del corazón falta la escritura fresca y clara de Sagan. Los diálogos son más pesados, menos irónicos que en Buenos días tristeza o en Un sang d'aquarelle, y, sobre todo, los protagonistas carecen de la libertad sensual de otros de la autora. Ludovic, Fanny, Henri, Marie Laure y Sandra tienen dudas a la hora de actuar, como si la autocensura sobrevolase la novela, algo poco característico en Sagan.
La leyenda de la escritora francesa, con sus automóviles velocísimos, el éxito, los casinos, las noches de alcohol, las drogas, su amistad con Sartre y Mitterand, la bisexualidad, sus problemas con el fisco, empezó en 1954. Una joven burguesa de 18 años llamada Frnçoise Quoirez publicó una novela que logró un éxito y un trastorno inmediatos, Buenos días, tristeza. La autora obtuvo el Premio de la Crítica, con miembros tan prestigiosos como Georges Bataille y Maurice Blanchot. Desde entonces adoptó el seudónimo de Sagan, prestado de un personaje de Proust, Hélie de Tayllerand, príncipe de Sagan, El mismo año se publicó Los mandarines, de Simone de Beauvoir, que ganó el Goncourt. Eran dos caras de la misma Francia. En la novela de Sagan, la burguesía fría y cínica en el amor, ávida de emociones, olvidadiza de la última guerra, se mueve por instintos, sin pensar en las consecuencias. Los mandarines, en cambio, retrata a los intelectuales parisinos en los años de la posguerra y sus reflexiones sobre una nueva moral comprometida. Una moral que, a la larga, resultó más que confusa...
Lourdes Ventura. El Cultural, 17-9-2021
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