En uno de esos castillos levantados con las rentas del vino nació Michel de Montaigne en 1533. Se metió en política y al rondar la treintena, coincidió en el Parlamento de Burdeos con La Boétie, que era un par de años mayor que él. Montaigne estaba deseando conocerle, porque aquel joven apuesto había escrito, con 18 años, un opúsculo extraordinario de apenas trienta páginas que circulaba en copias manuscritas: el Discurso de la servidumbre voluntaria. Un alegato sobre la libertad que para algunos es precursor de El contrato social de Rousseau, de la desobediencia civil y de la resistencia no violenta, a lo Gandhi. La amistad entre ambos jóvenes descrita por Montaigne como "perfecta", duró cuatro años. Acabó cuando Etienne, con sólo 33 años, murió por la peste en brazos de Michel.
Por esa vía fluvial llegó la riqueza a Bergerac, que se refleja en las casas nobles de su casco histórico, ahora silentes y perfumadas de glicinias. Y en la Maison des Vignerons, instalada en un antiguo convento franciscano. Pero la fama de Bergerac no se debe al vino, sino al legendario Cyrano de Bergerac. Personaje que es y no es real. Existió un tipo de carne y hueso en el París del XVII que se llamaba Hercule-Savinien de Cyrano, y para entrar en el cuerpo de Mosqueteros adoptó el apellido Bergerac, pues así se llamaba la finca parisiense donde entrenaba. En 1897 el poeta Edmond Rostand creó el personaje de ficción que se ha paseado por tantos escenarios y ha sido llevado con éxito al cine.
Al sur de Bergerac, el castillo de Montbazillac, estampa de château vinicola es visitable como museo y como tienda enológica. Un pequeño desvío en el eje fluvial nos acerca a Monpazier, el mejor ejemplo de bastida en la región. La bastide es una revolución urbanística que surgió en la Aquitania del siglo XIII: el centro del pueblo ya no es la iglesia, sino la plaza del mercado, porticada, con calles en torno a ella trazadas a cuadrícula y protegidas por murallas y puertas. Hay unas 300 bastidas catalogadas, y muchas permanecen en el club de Los Pueblos más Bellos de Francia.
El curso del Dordoña nos guía al castillo de Beynac, cuyas bóvedas guardan ecos de Ricardo Corazón de León. Recientemente restaurado corona un peñasco desde el que se divisan otras tres o cuatro fortalezas sobre acantilados cortados a pico. Uno de los más seductores es La Roche-Gageac, arropado por casas incrustadas como moluscos en la pared de la roca. A un solo par de leguas queda Sarlat, la capital turística del Périgord, la joya de la corona.
Carlos Pascual. El Viajero. El País, sábado 17 de julio de 2021
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