jueves, 9 de septiembre de 2021

Tercera persona

 Valérie Mréjen (París, 1969). D. S.

La estabilidad se quiebra cuando nace un bebé, porque no sólo nace ese ser diminuto y desvalido, sino una nueva forma de vida que trastoca lo existente y que nos cambia percepciones además de inyectarnos un entusiasmo único. Y miedo. Y es esa transformación integral  la que ha captado Valérie Mréjen (París, 52 años) con una sencillez pasmosa, con una economía de palabras, de formas y de trazas que desnuda la revolución interior de una madre en pinceladas absorbentes y certeras. Tercera persona (Periférica), la nueva novela de esta escritora y artista visual, vuelve a regalarnos una dosis precisa de autobiografía como hizo antes con Mi abuelo y El agrio.

Frente a una realidad de descenso de la natalidad en Europa, de difícil conciliación  de graves perjuicios en la carrera de las mujeres cuando llega la maternidad, la protagonista de esta obra encuentra una luz que dará un nuevo brillo a su vida hasta reescribir su propia existencia. Esa respiración tan común y sin embargo tan única; esos pasos tambaleantes; ese amor sin límites que nace incluso hacia la comadrona que asistió el parto...; lo vulgar, lo común se hacen aquí únicos aunque se parezcan a todas las demás experiencias de todas y cada una de las mujeres de la Tierra. Sólo es mi bebé el que vale, nos viene a decir, porque aunque haya millones sólo el mío luce para mí. Y ese relato precisamente por extendido, es difícil, y en su pluma muy singular.

-A la vista de los miedos que llegan con la alegría: ¿Merece la pena ser madre?

-No quiero dar consejos ni hacer proselitismo, pero para mí fue una decisión y un proyecto. Intento contar los cambios irreversibles sin tomar postura, sin pensar en las ventajas o desventajas.

-Valérie Mréjen responde por correo electrónico desde sus vacaciones y admite que el montón de sentimientos que se entrecruzan al convertirse en madre mezcla el temor a los peligros, a la distancia futura y al propio conocimiento. Toda madre lo ha vivido. "Más que miedo, diría que se trata de unas proyecciones hacia el futuro que se activan de inmediato. Me divierto imaginando escenarios".

Ciertamente, la alegría se traslada a su texto con "sobriedad", reconoce, "porque siento que no es necesario agregar más", pero además convive con una tensión particular que toma forma de miedo. "Esos momentos de alegría están precisamente relacionados con el miedo a todo lo que uno pueda imaginar".

Para escribir, comenta, necesita "un largo momento de reflexión y maduración que precede al comienzo de un libro, y luego un lento trabajo de composición y edición". "Tengo la sensación de estar juntando piezas, de hacer collages de recuerdos, de imágenes. Algo así como un montaje de película. No sé si elegí la voz que he encontrado, sino que se me impone mientras escribo".

¿Y por qué siempre la autobiografía?, preguntamos. "A veces me gustaría salir de ese relato de la experiencia vivida e imaginar ficciones pero vuelvo a ella  a pesar de mí misma, como si no hubiera otra opción. Expresar en palabras los recuerdos que habitan en nosotros y que incluso nos persiguen es un desafío infinito. Amo a Annie Ernaux, Lucía Berlin, Philip Roth o Hélène Bessette". Y hay otra cosa en su lista de querencias: "Amo la sobriedad", responde sin añadir por qué. En su obra da buena cuenta de ello...

Berna González Harbour. El País, sábado 4 de septiembre de 2021

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