domingo, 21 de noviembre de 2021

Bruselas, una caja de sorpresas, 2

Aquello que algunas corrientes calificaron como bruselización es un sambenito injusto, sin mucho fundamento, que ha afectado a su imagen y dista de ser a estas alturas ni real, ni evidente. La posibilidad de colocar edificios modernos con entornos tradicionales duró apenas 20 años. Comenzó tras el bum de la Exposición Universal de 1958, pero paró a tiempo de echar  a perder la ciudad, algo de lo que no todas pueden presumir. Desde hace décadas, las nuevas construcciones guardan en general sus respetos al entorno.

La variedad, ese desprecio a lo uniforme sin que nada sobresalga por sobresalir, sigue el mandato estético del arquitecto cuya inspiración empapa todavía la anotomía de Bruselas. La vida de Horta (que nació en Gante y murió aquí) marca un eje que coincide con el gran auge decimonónico de la capital belga para hacerla desembocar a principios del siglo XX en una metrópoli con carácter, alma y personalidad. Un espacio abierto, donde en barrios como Izelles o Flagey uno puede atravesar tan solo dos manzanas de edificios y escuchar hablar hablar siete idiomas distintos. Sin exagerar. 

Bruselas es un amable y, a veces, tenso Babel cuyo lado incómodo se deja sentir en barrios más conflictivos como Molenbeek, con su estigma yihadista. Pero, en general, lejos del desarraigo y entregados al cosmopolitismo de su riqueza multicultural, el viajero puede encontrarse a gusto en casi todos los lugares. Al pasear por los parques y los bosques, la costumbre es darse los buenos días entre desconocidos. Una cortesía que aumenta cuando uno se aleja del cogollo central. Sin duda, en eso influye la euforia de cruzarse entre auténticos monumentos vegetales...

Los bosques y parques de Bruselas son un entramado de asombros donde a menudo se cuela una laguna gobernada por cisnes y sobresaltada por manadas de patos... A veces, como en el parque Trevuren -a las afueras y al que se llega en media hora con transporte público-, el agua pasa de estancada a corriente y busca un pasillo central como cauce en la mitad del bosque. Otras, como en el Arboretum que reina en ese mismo entorno, uno se olvida de que cuenta con líquido alrededor de los pies. La vista se alza hacia arriba en un paseo alucinógeno para descifrar la esbeltez de los pinos, las secuoyas, los álamos, los robles, los tejos, los abedules... El Arboretum destaca como una visita más que obligada para perderse y encontrarse. Posee la fuerza magnética de la naturaleza en expansión azarosa y al tiempo ordenada. Lo componen especies del viejo mundo -Europa y Oriente- y del nuevo (toda América). Es un compendio de semillas globales trasladadas a ese trozo de terreno belga para reproducir un entorno en mestizajes y cruces ecológicos.

Más uniforme pero no menos sobrecogedor es el bosque de Soignes, uno de los hayedos más impresionantes de Europa y patrimonio de la Unesco. Distribuye sus 5.000 hectáreas entre los confines de Watermael, Boitsfort, Tervuren y Waterlloo. Allí tuvieron lugar, sin duda, unas cuantas escabechinas de la batalla napoleónica entres sus laberintos de hayas y robles, roto el silencio por el silbido de las bayonetas. Antaño sirvieron para abastecer los astilleros austro húngaros y franceses en el siglo XVIII, pero hoy conforman uno de los espacios de recreo más gozosos de Bruselas. Su aspecto civilizado y a la vez salvaje entronca también con el más ordenado Bois de la Cambre, un parque público ya perfectamente conectado con el centro de la ciudad al desembocar en la arteria de la avenida de Louise. Si en Soignes te topas con refugios o restos neolíticos y senderos de barro con hoja caduca, en La Cambre abundan los templetes, algún teatro, terrazas o restaurantes a los se accede por embarcación....

Jesús Ruiz Montilla. Babelia. El País, sábado 30 de octubre de 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario