sábado, 20 de noviembre de 2021

Bruselas, una caja de sorpresas

Bruselas es un bosque con su caja de sorpresas. Sobre parte de él se ha edificado una capital. Pero la manta de los árboles impera en medio de la ciudad y sus alrededores. Obcecada en su gen vegetal, tiñe todo su contorno para proporcionar a la urbe belga un aire de tronco con ramajes superpuestos de savia, madera, piedra y aluminio. Es un bosque y un sendero líquido también, serpenteado de estanques, donde a diario se deslizan impertérritos, altivos y elegantes esos cisnes en los que Richard Wagner se inspiró para crear a los héroes rocosos y líricos de Brabante en su Lohengrin. Nadan a contraluz, atentos a la timba desconcertante de su clima, que juega con claroscuros o entreteje caleidoscopios y chaparrones al tiempo que modula su suave temperatura para dar lugar a una majestuosa vegetación.

Parques naturales y barrios bailan en Bruselas una danza de equilibrios, que convierte a la ciudad en metrópoli agradable para vivir. Luce su estampa ancha y horizontal, sin demasiadas alturas soberbias que desafíen al cielo, quizás por ser consciente de que su destino queda frecuentemente amamantado por las nubes bajas. También, por eso, destaca en su bien dotada modestia. Algo que no altera por su condición de capital europea el hecho de ser objeto diario de noticias cruciales. Porque Bruselas es una de las escasas ciudades donde se cuece el futuro del mundo, pero esa decisiva condición le rebota en el vientre sin alharacas. Bien es cierto que los telediarios no le hacen justicia. Parece resignada a no llamar la atención. O quizás a despistar, camuflando en una imagen gris lo que en realidad esconde una muy planificada dosis de belleza. Tras los enfoques de los bustos parlantes y los corresponsales, aprisionada en las cristaleras de las oficinas comunitarias. Pero escribimos esto para abrir el plano y mostrar todo el esplendor de una capital que atrapa.

Para entender mejor Bruselas, uno debe empezar por  visitar la casa museo de Victor Horta (1861-1947). Pocos arquitectos han marcado de estilo propio el ropaje de una ciudad. Como ocurre con Antoni Gaudí y Barcelona, su modernismo ecléctico, su rigurosa fe en la fantasía, explica la variada y diversa coherencia que Horta dejó en herencia para lo que luego ha sido la construcción civil de la urbe.

El artista conformó una perfecta simbiosis entre el pasado y el futuro. Entre el gótico fundacional de los alrededores, el neoclásico austrohúngaro importado con naturalidad y las vanguardias de su tiempo, con preeminencia del modernismo -su corriente- y unas asombrosas dosis de art déco. Pasear por los barrios del centro de Bruselas, de Ixelles a Flagey, de Sablon, Saint-Gilles y Les Marolles a Saint-Chaterine, incluso extenderse más a los extremos como Watremael y Boitsfort, Etterbeek, Uccle, Auderghem o Tervuren... es un constante asombro ante la imaginación diversa en el estilo de las casas que lo pueblan. Ni una osa repetirse en un perpetuo reto a la construcción en serie que somete a otras ciudades...

Jesús Ruíz Montilla. Babelia. El País, sábado 30 de octubre de 2021

No hay comentarios:

Publicar un comentario