La presencia de Santiago en Compostela y las leyendas que lo acompañaron desde la travesía en barca de piedra hasta ser depositado en un lugar de enterramiento dominado por el poniente, no son solo cuestión de creencias. Desde muy pronto fue utilizado, como todos los símbolos en la historia de las religiones, en la guerra y en la paz. ¿ Cual era la fuerza de este ingenuo relato como para que se alzara un camino de peregrinación, de piedad y cultura, frente a una invasión islámica no menos culta? Después vinieron los Reyes Católicos y la proyección del Apóstol en América, a veces como conquistador y otras vestido como paladín de los indígenas, los vaivenes del patronato con la Casa de Austria, los Borbones y el franquismo, que promueve una peregrinación victoriosa para humillar a los vencidos.
Europa, después de dos guerras, recupera la peregrinación para simbolizar su nuevo sentir, no por un acto confesional sino con un proyecto basado en una red para enlazar las diversidades.
Compostela no es Lourdes, Fátima o La Meca, ni los Caminos son pistas deportivas. A Santiago se acercan gentes de fes diversas o sin fe, de Europa, como siempre, y también de América y de Oriente, acrecentando una miscelánea de culturas y espiritualidad que aún no fue filosofada. Si se hiciese, se daría un contexto a todo lo que está sucediendo en los caminos y se encontraría una nueva fuente de cultura global, como aquellos primeros talleres medievales entre los que circulaban las artes y el conocimiento.
Ahora me parece como si los rostros del Apóstol expresasen un ruego: dejadme en paz, lo único que busco es bien para muchos y quiero descansar. Indagar si las reliquias de la catedral son de Santiago o de otro, con la posibilidad de certificar que esos dos individuos concretos sean aquellos discípulos de Cristo, no es un asunto que deba preocuparnos. La ciencia no puede convertir todos los mitos en certezas.
Xerardo Estévez. La Voz de Galicia, sábado 23 de octubre de 2021
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