Ricardo Bofill. (Getty Images)
Muy en resumen: la gran paradoja de la carrera de Ricardo Bofill es que empezó en posiciones completamente transgresoras pero que, por el camino, se convirtió en un aliado fidelísimo de los poderes, en abstracto y en concreto, de los económicos y políticos. Como todos los arquitectos pero un poco más. Lo interesante es que ese viaje sirve para explicar parte de nuestro mundo.
Guapo, elitista y de educación cosmopolita, hijo perfecto de la burguesía barcelonesa, Ricardo Bofill nació en el momento y en el lugar justos (Barcelona,1939) para ser una especie de hermano mayor de la contracultura española. Era, entre otras cosas, un afrancesado que tenía la edad y la clase social de las estrellas del 68, que había sido expulsado de la universidad franquista y había terminado la carrera en el exilio dorado en Ginebra y que, además gozaba de una inteligencia nata para interpretar el espíritu del momento.
Y eso, para un arquitecto de su generación, significaba básicamente, refutar la arquitectura racionalista de la primera mitad del siglo XX. No estaba solo Bofill en esa causa. En Madrid, su colega Fernando Higueras, nueve años mayor que él, también trabajaba para derribar el legado de Le Corbusier y compañía, igual que lo hacía Oriol Bohigas en su ciudad. La diferencia es que la refutación de Higueras consistía en construir con un lenguaje brutal y escultórico y la de Bohigas en acercar a la escala de la persona las decisiones de la arquitectura, el enfoque de Bofill era festivo, pop, carnavalesco, quizá lisérgico...
En la década de los 70, el barcelonés pasó de ser un arquitecto hippie a ser un historicista de orden, a tomar un camino que el tiempo ha considerado conservador...A los políticos, desde luego, ese lenguaje historicista les encantaba. Sobre todo, a los franceses. Se han escrito muchas páginas sobre la relación con la arquitectura de François Mitterrand, el presidente de la República que se veía a sí mismo como un faraón. Para un sistema así, convencido de su grandeza y empeñado en transmitirlo a la posteridad, un arquitecto como Bofill era perfecto. En 1978, su taller abrió una oficina en París, Mitterrand ganó sus primeras presidenciales dos años después.
Luis Alemany. Madrid. El Mundo, viernes 14 de enero de 2022
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