En 1984, Annie Ernaux había reventado el género con El lugar, un libro sobre su padre. Tenía 44 años y el efecto en su obra y en el entorno fue tal que no volvería a escribir ficción. ¿Qué quedaba por hacer? Pachet prescinde de todo lo que se había hecho hasta entonces en un terreno tan transitado por hombres ( J.R. Ackerley, Philip Roth, Martin Amis, o Karl Ove Knausgard son algunos ejemplos notables antes y después) y crea un perfil autobiográfico, pero no suyo, o no solo, sino de su padre, un juego autobiográfico del que sale ileso. No queda claro a quien corresponde la voz que narra. ¿Es la de Simcha Apashevsky, médico, judío, intelectual, superviviente, marido, padre? ¿O es la del hijo a través de los silencios, la vocación intelectual, el pesimismo y la frustración del progenitor? No hay distancia y no importa. Hacia el final del libro, como hacia el final de un periplo vital, la frustración por la enfermedad del padre, por su declive, por la imposibilidad de dar marcha a trás y recuperar el tiempo perdido fusiona ambas miradas con la del lector, quien interpelado en lo más íntimo, se identifica con el relato de la vida, sea quien sea el que habla. Y el padre, por arte de magia, conserva la voz más allá de su existencia gracias a la interacción literaria del hijo.
Autobiografía de mi padre es para Le Monde una de las 50 mejores novelas de la segunda mitad del siglo XX. Visto en perspectiva, es mucho más que una novela. Su retrato del dolor y la pérdida, su intento de dar sentido a lo que quizás no lo tenga, la conecta directamente con Devant ma mère (Gallimard), libro de Pachet dedicado a su madre y publicado 20 años después...
Juan Carlos Galindo. Babelia. El País, viernes 24 de diciembre de 2021
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