lunes, 31 de enero de 2022

"Delicioso". Linda y estimulante

Se aprecia que Éric Besnard (1964) consideró filmarla al modo canónico en su estructura, diáfana, sin estridencias, con la complicidad del fotógrafo Jean-Marie Dreujou en cuanto a cuadro y luz, y en la elección de interiores y exteriores. Con el añadido de un atinado equipo de arte que nos mete en la Francia de 1789, en los estertores del Ancien Régime y la Revolución a las puertas. Con esos mimbres y el guión compartido con el también director Nicolas Boukhrief, Besnard nos propone una película de las que el tópico dice lindas, pero sin connotaciones cursis. Lo es por su belleza integral, y porque utiliza  la cocina como un recurso dramático a los que suma matices emocionales e incluso políticos, que redondean su resultado. El cine es también eso, y cuando asoman los créditos finales, a uno le queda la sensación de gozo. Son varias las que en el pasado nos metieron entre fogones, pero esta se antoja singular.

¿Y los personajes? Bien, gracias. Grégory Gadebois como el panadero que evoluciona a cocinero de prestigio para un marqués sibarita y acaba despedido, e Isabelle Carré como la misteriosa mujer madura, que un día llama a su puerta para convertirse en su aprendiz, brindan dos recreaciones a las que vemos evolucionar hacia un desenlace, no por intuido, sorprendente. Aclaremos que la trama también recrea el origen del primer restaurante de la historia, ese viejo horno al que regresa el protagonista para convertirlo en parada de postas, que acabará siendo lugar de comidas. Si el ideario de los nuevos tiempos lo representa el hijo del primero, la trama nos irá acercando con trazos concisos a cómo el pueblo se hará con el poder. Un cambio que fue brutal y violento. pero no así en la película, que ese es otro de sus méritos. No pretende estimular los jugos gástricos -que también-, pero a su manera es también un bonito cuento de amores.

Miguel A. Fernández. La Voz de Galicia, viernes 14 de enero de 2022

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