sábado, 5 de febrero de 2022

Burdeos, el Wall Street del vino

Jean-Guillaume Prats, de pie, junto al viticultor Telmo Rodríguez
Cuatro candelabros de plata y cristal en el centro de la mesa proyectan una luz tenue, casi fantasmal, sobre el delicado mantel de hilo. La vajilla está grabada con el escudo de la familia, y la cubertería bruñida como un espejo. Ante cada comensal tres copas de vino: añadas de 1955, 1962 y 2019 de Château Lafite, quizá la bodega más icónica del planeta. El comedor privado del barón Éric de Rothschild está entelado en tonos pastel, decorado con retratos de antepasados y carece de electricidad, como cuando la adquirió la estirpe de banqueros en 1868. Hachones sobre los muebles y las estanterías segundo imperio aportan la única iluminación. Cae la noche. En una repisa reposa un mágnum (vacío) de la cosecha de 1975 rubricado por Juan Carlos I. El menú es ligero y muy francés.

El anfitrión es Jean-Guillaume Prats, de 50 años, presidente de Château Lafite Rothschild, en Paulliac, a una hora de Burdeos. Estamos en la milla de oro del vino, en la margen izquierda del río Garona, la más conservadora y elitista. La derecha con capital en Saint-Émilion, es más minimalista y rompedora: la cuna de los "vinos de garaje". E igual de cara. Su último récord, 12 millones de euros por hectárea del Cháteau Beauséjour desembolsados por la multinacional Clarins. En ambas márgenes nacen las marcas más cotizadas e imitadas, donde la demanda siempre supera a la oferta. Bodegas sin precio. El capricho de los milmillonarios y los holdings del lujo, y la apuesta de los grupos bancarios, de seguros y cosmética. Algo que "ha deshumanizado la propiedad y provocado problemas sociales", critica un alcalde socialista, Joyas de una tierra, clima e historia irrepetibles, y también de la especulación y el marketing. En especial, los únicos cinco châteaux clasificados en 1855, y 1973 como Premier Cru: Latour, Lafite, Margaux, Haut-Brion y Mouton Rothschild, que producen entre 100.000 y 200.000 botellas según la añada. Son los más codiciados. Estamos en Lafite, uno de los pocos que aún pertenecen a una familia.

La corbata es de rigor. Prats, elegante traje gris muy V República, abrigo de Loro Piana y zapatos de Berluti, forma parte de la más vetusta aristocracia del vino bordelés. La familia materna de su padre, los Ginestest, fueron poderosos comerciantes y propietarios del Château Margaux (hoy pertenece a una familia enriquecida con los supermercados de bajo coste); él trabajó en la iconoclasta bodega familiar de los Prats, Cosd'Estournel (desde el año 2000, propiedad del imperio hotelero de Michel Reybier), antes de ser uno de los primeros en abrir mercado en China, a finales de los noventa, y a continuación, durante cinco años, responsable de la veintena de viñedos globales  de LVMH (Moët Hennessy Louis Vuitton), el mayor conglomerado de lujo mundial. Prats aterrizó de nuevo en la rive gsuche la orilla izquierda en 2017, fichado por esta rama de los Rothschild,  (una de las tres que hace vino). Y está apunto de abandonar Lafite, cuyas riendas tomará Saskia de Rothschild, de 34 años, la única hija del barón, periodista de formación, que tiene la misión de poner al día esta propiedad (unas 100 hectáreas de viñedo) originario de 1234 y enfrentarse al reto del cultivo orgánico y el cambio climático sin que se resientan las esencias de la casa. Un equilibrio complicado. Una botella de la última cosecha de Lafite (la de 2019) cotiza en el mercado internacional teledirigido desde el Wall Street bordelés por encima de los 1000 euros.

Jean-Guillaume ha invitado a cenar en la intimidad de este palacete al viticultor español Telmo Rodríguez, su amigo de la infancia y correrías por la propiedad riojana de Remelluri, y a los dos periodistas. El motivo es celebrar el ingreso de Telmo y su último vino, el tinto Yjar, en La Place de Burdeos, lo que para un bodeguero supone ascender a las grandes ligas del vino mundial. Es el primer español que accede al sofisticado sistema de comercialización global ideado en Burdeos hace cuatro siglos  y que alcanza de forma capilar y segmentada a 186 países. Y utilizan sin excepción todos los grandes châteaux de la región (no más de 200 entre las 8.000 marcas existentes, que solo aportan el 4% del volumen, pero suponen el 20% del negocio). Y al que también se han ido incorporando con cuentagotas desde 1998 algunas de las más renombradas bodegas mundiales de fuera de Burdeos...

Jesús Rodríguez. El País Semanal, 31 de diciembre de 2021

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