Empezamos la ruta igual que la novela, en el reputado barrio de Champel, donde vive el narrador y donde hasta hace poco vivía Dicker, en el número 13 de la avenida de Alfred-Bertran, frente al parque de Bertrand, al que se lanza a correr cada mañana con la ilusión de provocar un encuentro casual con su vecina -y novia de dos meses- Sloane. Un parque donde todo está en su sitio y que explica que Ginebra sea la tercera capital más verde del planeta.
Cerca queda la Rue de Contamines, con edificios de los años treinta, incluso uno de Maurice Braillard, arquitecto fundamental en la ciudad suiza. Suyo es el teleférico del Mont Salève de 1932, un prodigio déco cerrado el pasado agosto para su renovación y al que subir sin falta cuando reabra el año que viene.
En el Quai de Bergues encontramos el Four Seasons, en la novela el Hôtel des Bergues, donde vive Lev Levvovitch (junto a Macaire Ebezner y Anastasia, uno de los miembros del triángulo amoroso). Es el primer hotel que se construyó en Ginebra en 1834 tras la demolición de las fortificaciones. Y en el último piso se halla el restaurante japonés Izumi, donde el narrador invita a cenar a Sloane antes de que esta lo abandone. La vida no es siempre como esperamos, por eso se escriben novelas.
Las riberas del lago Leman resplandecen en la ficción y en la realidad. En frente del alojamiento entre las dos orillas donde el lago se encuentra con el río Ródano, encontramos la acogedora isla de Rousseau, que tan pronto sirve de refugio a los personajes (Lev y Anastasia) como de área de descanso a los constructores de la trama (Joël y Scarlett). Hoy aquí se levanta una estatua de Jean-Jacques Rousseau, otro ilustre ginebrino, alrededor de la cual siempre hay alguien atendiendo al sonido del agua.
Más allá del Pont du Mont-Blanc (el que más veces se atraviesa en la lectura y en esta ruta), otra localización clave: el hotel Beau Rivage, el mas histórico y el que atesora mejores vistas de la omnipresente fuente Jet d'Eau e incluso, en días claros, del propio Mont-Blanc. No es de extrañar que Olga escoja su terraza para tomar el té con sus hijas tratando de emular a una de sus clientes más renombradas, la emperatriz Sissi, que un 10 de septiembre de 1898 salió para tomar el buque de vapor y en el mismo muelle fue apuñalada por un joven anarquista, antes de regresar a duras penas al hotel, donde falleció. Basta con pisar la entrada y admirar la prudente arquitectura neoclásica del patio interior, con suelo de mosaico art nouveau, para sentir el peso de la tradición y del charme desde 1865 y la sensación de que, si se entrara en una suite, el exterior dejaría de existir y solo se saldría a la fuerza, esposado, entre gendarmes. Una visita nos hace estar de acuerdo con Kofi Annan, que dijo: "Igual que hay cinco continentes y luego está Ginebra, hay grandes hoteles y luego está el Beau-Rivages". En su libro de huéspedes caben Jean Cocteau, Sophia Loren, Anthony Burgess. Marlene Dietrich o Eleanor Rosselvet.
Otra escenografía imprescindible es el Grand Théàtre, construido en 1879 a imagen de la Ópera Garnier de París y el cercano Café Remor, un clásico estupendo.
Use Lahoz- El Viajero. El País, sábado 6 de febrero de 2022
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