Los trabajos de investigación sobre el terreno, los que tienen más que ver con la infiltración, no siempre salen como se espera. Al menos en el cine. Seguramente porque hay en ellos una arrogancia que hace que que no baste con el disfraz y el oficio para comprender una situación inimaginable para el altivo. Algo de eso puede haber también en el ejercicio llevado a cabo por Florence Aubenas, la periodista que se infiltró en un batallón de mujeres de la limpieza tras la crisis de 2008, sin que sus compañeras conocieran su identidad, para acabar escribiendo en El muelle de Ouistreham su inmersión en la clase trabajadora y su labor de exploración.
En un muelle de Normandía, adaptación cinematográfica del texto de Aubenas, viene además con la firma de alguien acostumbrado a la novela de no ficción: Emmanuel Carrère, escritor del que quizá parte de los lectores desconocieran su faceta cinematográfica como director, esporádica -apenas dos películas anteriores y un documental-, pero de particular brío: la adaptación de El bigote (2005), su novela de 1986, es una soberbia película.
Hay, por tanto, una lógica evidente que haya sido Carrère quien se encargue de las tribulaciones de Aubenas, con la siempre perfecta Juliette Binoche, acompañada además de una corte de trabajadoras de la limpieza reales ajenas a la situación. El resultado es una película que durante al menos dos tercios de su relato se presenta auténtica y desoladora, mostrando la impotencia de las de abajo frente a la sin razón de los de arriba.
Sin embargo, el último trecho de la película, el del descubrimiento por parte de sus compañeras, resulta algo atropellado. Sobre todo, porque detrás de ese nebuloso reencuentro entre las dos amigas de trabajo, lo que puede esconderse es el complejo de culpa y la mala conciencia de haberse adueñado de vidas ajenas.
J. O. El País, viernes 28 de enero de 2022
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