He llegado a Un chant d'amour pensando en el tema inicial de esta columna, que en estas fechas suele orbitar en torno a la relación entre el amor, los perfumes y, en este caso, las flores. Parece una relación natural, y no solo eurocéntrica. En la cultura mexicana, el dios Xochipilli estaba vinculado a las flores y al amor, ¿Por qué lo metemos todo en el mismo saco? Quizá tenga que ver con la fertilidad, o incluso con la flor como obsequio: en el siglo XIX, los perfumes femeninos solían replicar los olores de los ramilletes que eran moneda común entre los enamorados. De ahí la fijación con la rosa, por ejemplo, que es una flor que no huele tan dulce ni tan goloso como su imagen da a entender. De hecho, los perfumes de rosa suelen tener matices bastante masculinos. Todo lo contrario de lo que sucede con las flores blancas, que en la historia del arte suelen simbolizar virtudes femeninas bastante heteropatriarcales -pureza, virginidad, limpieza de sentimientos, etc.- y han acabado encontrando acomodo en fragancias que suelen definirse como empolvadas y románticas...
Hoy las cosas discurren por otros cauces. Los perfumes no hablan de sometimiento sino de empoderamiento. Incluso la perfumería sin género enfila horizontes más amplios, en los que el amor pasa por compartir el neceser... El amor adquiere muchas formas y, por fortuna, hay un perfume para cada una de ellas.
Carlos Primo. ICON. EL País, febrero 2022
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