sábado, 12 de marzo de 2022

La casa más enigmática del mundo

Durante décadas, la casa más famosa de la diseñadora irlandesa Eileen Gray (1878-1976) fue popularmente atribuida a Le Corbusier. Que el autor de Chandigarh la okupara con ocho murales pintados en contra de la opinión de Gray y que al incluir esos frescos en sus obras completas no mencionara a la arquitecta no ayudó a aclarar el equívoco. El resto de la leyenda lo tejió la larga, fructífera e intensa vida de Gray -una de las pioneras de la arquitectura moderna, una creadora elegante y visionaria y una de las primeras diseñadoras abiertamente homosexuales-, que por longeva, vivió para ver desaparecer  y reaparecer su fama. Sus singulares diseños, audaces, vanguardistas y artesanales a la vez, los precios que adquirieron en subastas posteriores y su vida de catolicismo, lujo, bohemia y vanguardia artística en París terminaron de dibujar el mito.

Corría 1929 y con la casa acabada pero apenas conocida -estaba en Cap Martin, en un lugar donde no existía acceso, en la costa del sur de Francia-, su nombre contribuyó al misterio. La vivienda no se llamó Mi Descanso o, pongamos por caso, Villa Eileen, sino E1027, que resulta un poco más difícil de descifrar. E1027 es un acrónimo que encierra en cuatro iniciales (tres de ellas cifradas) el nombre de sus dueños. La E identifica a la propia Eileen, el 10 es el puesto que ocupa en el alfabeto la inicial del otro habitante, el rumano Jean Badovici, el 2 corresponde a la B de ese apellido y, cerrando la cifra, el 7 representa la G de Gray.

La casa que diseño Gray para su protegido, el arquitecto y periodista Jean Badovici, mira al Mediterráneo desde una ladera sembrada de pinos en Roquebrune y nació como un acto de unión entre dos personas en un lugar apartado. La mujer, Gray, era abiertamente lesbiana. Este dato no resulta annecdótico en su vida ni en el azar de la vivienda.

Gray tenía 46 años. Se entusiasmó por un inquieto arquitecto de origen rumano al que abrió las puertas del París más vanguardista, tal y como se las había abierto a ella. Quince años menor que ella, él no había construido nada, pero juzgaba la arquitectura y el diseño en las páginas de L'Architecture Vivante y la convenció para que diera el paso del interior al exterior (...) Firma su primera casa -para la que ideó más de un centenar de muebles-  y, muy poco después, todo comienza a desmoronarse. Cuando la relación se enfría, ella le cede la residencia donde han sido felices, incluidos muchos de los diseños -mesas, lámparas, armarios o alfombras y comienza diseñar otros muebles y una nueva vivienda.

Como periodista Badovici conoce a Le Corbusier, que ya ha firmado casas emparentadas con la austeridad y ligereza exterior de la vivienda. La Semana Santa de 1938, Badovici le deja la residencia en Cap Martin a su amigo que adora el lugar, y terminará construyéndose su famoso Cabanon (una cabaña de apenas 10 metros cuadrados) en el límite de la propiedad. El futuro autor de Ronchamp se instala en E1027 y comienza pintar frescos en las paredes. No uno, pinta ocho. La vivienda deja de ser blanca. Queda invadida por las escenas eróticas de Le Corbusier... Cuando Gray descubre la invasión monta en cólera. Pero hay problemas mayores. Con la II Guerra Mundial tiene que regresar a Londres. Para cuando está de nuevo en Francia, descubre que su casa de Saint-Tropez ha sido saqueada. Y la E1027, tiroteada y ocupada...

La casa E1027 no es, por mucho que se haya escrito ampliando el mito, la primera vivienda moderna. Para 1925, cuando la diseñadora compra el terreno, Le Corbusier ya ha firmado la residencia de sus padres junto a un lago o el estudio para Amadée Ozenfant en París. Lo que no ha conseguido Le Corbusier es la correspondencia entre la rompedora modernidad de la fachada de sus edificios y su acartonado interior. Era eso lo que le faltaba: los muebles versátiles capaces de transformar la arquitectura.

Le Corbusier terminaría sus días nadando -y ahogándose- en el mar frente a la casa. Gray, en París, rodeada de sus muebles en la calle Bonaparte. Desde hace una década, una placa de mármol recuerda que vivió allí durante 70 años. Paradójicamente, los intrusivos murales del arquitecto evitaron la destrucción  de una de las casas más enigmáticas del mundo. Hoy cuenta una historia de libertad y de egocentrismo, de osadía, amor, tal vez de celos y, seguramente, una mezcla de admiración y miedo.

Anatxu Zabalbeascoa. El París Semanal, 11 de septiembre de 2021                                                       

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