Ya Saramago, Kazantzakis o Éric-Emanuel Schmitt recrearon la humanidad de Cristo en la ficción. Con osadía, Nothomb se lanza a la Pasión de Jesús en un vuelo descabellado, salpicado de ironía. La autora belga no sólo enfatiza la encarnación de Cristo como hombre, con carne y pulsiones humanas, sino que lo convierte en "el chico de al lado", el treintañero de hoy mismo, al que su Padre impulsó a sacrificarse y a morir con dolor por los pecadores. En el monólogo interior del Jesús de Nothomb hay una mirada retrospectiva sobre el sufrimiento inútil, y un sutil arrepentimiento por haber soportado tan dura carga. "Al principio acepté ese proyecto demencial porque creía en la posibilidad de cambiar al hombre. Ya hemos visto cómo acabó todo", dirá Jesús desde el más allá en las páginas finales de la novela. (...)
Las mujeres del Jesús de Nothomb son contempladas desde un inmenso amor. El amor del hijo por la madre, y el amor del hombre por la compañera, la mujer deseada, Magdalena. ¡Cómo me gustaría pasar esta última noche con ella! Ella decía: ¡Durmamos con un amor loco!", recordará Jesucristo. Poncio Pilatos, los testigos de los milagros, Simón de Cirene, la Verónica, acercándole una tela que seca su rostro, Juan y Pedro, Judas el traidor, los dos ladrones crucificados en el Gólgota, el soldado que le ofrece la esponja con agua y vinagre, todos estos personajes secundarios cumplen su papel en la novela. Sus apariciones son veloces, pero transcendentes, relatadas con corrosiva ironía por el Cristo narrador. La última súplica del hijo de Dios en la cruz no puede ser más humana: "Tengo sed". Y, curiosamente, uno de los aspectos más sobresalientes de esta breve e inteligente novela es la seria reflexión sobre la sed que recorre e impregna toda la novela...
Lourdes Ventura. El Cultural, 25-2-2022
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