Paul, su principal protagonista, es un funcionario del Estado, aunque en ningún momento sabemos qué es lo que hace con ese ingente número de dosieres que debe gestionar. Paul convive con su mujer, Prudence (que se parece a Carrie-Anne Moss, la actriz de The Matrix ), en un piso, aunque hace años que no mantienen relaciones. El padre de Paul, antiguo policía secreta, tiene un accidente vascular que lo mantiene postrado e inmóvil, pero capaz de comunicar abriendo y cerrando los ojos. La enfermedad el padre de Paul sirve a Houellebecq para pintar un siniestro relato de la vida en las residencias de ancianos, ahogadas por la burocracia: esta se antepone a las necesidades reales y urgentes de la gente mayor. Las peripecias sentimentales de Paul y sus hermanos están hábilmente contadas y enlazadas en un contexto malsano pero familiar: supongo que los paralelismos con la política no se le escaparan a nadie, aunque se supone que el libro transcurre en 2027.
Esta vez, Houellebecq parece sentir por sus personajes una verdadera simpatía que el lector, acostumbrado a su vitriol sin paliativos, agradece profundamente. En toda la novela planea una oscura amenaza mundial en forma de atentados, milimétricamente ejecutados contra barcos de transporte o bancos de semen por parte de una organización secreta, ante los que las autoridades no saben reaccionar. Y al mismo tiempo asistimos a inesperados actos de ternura que, aunque no son suficientes para frenar la barbarie, y seguramente no era la intención del autor, sí nos dan -al menos a mí- motivos para seguir viviendo.
Isabel Coixet. XLSemanal, 6 de marzo de 2022
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