Atrapado entre el apego a un oficio marcadamente tradicional y la represión de su homosexualidad, impuesta por una sociedad retrógrada, el personaje de Halim se ve empujado a una suerte de clandestinidad, un aislamiento interior que la película acentúa situando la acción en espacios cerrados. Por su parte, Touzani decide filmar la jaula de oro en la que habita Halim mediante un preciosista trabajo de puesta en escena y dirección artística. En cierto sentido, la cineasta aspira a establecer un paralelismo entre el virtuosismo del trabajo artesanal del protagonista y su propia delicadeza a la hora de capturar con la cámara los gestos en los que se juega el destino de los personajes, o los cuidados que el marido dedica a su debilitada esposa.
Cabe apuntar que la sugerente apuesta de Touzani por un cine de la fisicidad se ve mermada por una cierta tendencia a explicitar los resortes del drama social y humano. Para evidenciar la opresión que sufren los personajes, los guionistas (la propia Touzani y su marido, Nabil Ayouch) enfrentan a Halim y Mina a un control callejero en el que un policía de paisano, les exige que muestren su certificado de matrimonio.
Por suerte, su elaborado guion deja por el camino algunas enseñanzas valiosas. "Un caftán debe durar más años que la persona que lo lleva; debe sobrevivir al transcurso del tiempo", le explica Halim a su amado aprendiz. Esta reflexión apela al valor de la tradición, que guía y a la vez lastra la existencia de unos personajes que, a lo largo del filme, deberán sobrellevar juntos el peso de la tragedia. Así es como Touzani sitúa, en el ámbito de lo privado, su transparente y conmovedor canto a la unión de los desheredados.
Manu Yañez. El Cultural, 10-3-2023.
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