jueves, 9 de marzo de 2023

El legado de Simenon: La Gran Muralla china de la literatura

La obra de George Simenon (Lieja, 1903-Lausana, 1989), monumental e inabarcable, constituye uno de esos asombrosos ejercicios de creación que conducen a la más absoluta perplejidad, como cuando se observan detenidamente las grandes proezas arquitectónicas levantadas siglos atrás. Miles y miles de páginas sin fisuras, que se pierden a lo lejos, en el horizonte, en lo que podría ser algo asi como la Gran Muralla china de la literatura. Porque Simenon fue mucho más que un prolífico escritor de novelas policíacas, un autor de quiosco -etiqueta que le acompañó siempre como una sombra-, sino un novelista dotado de un talento inmenso para ahondar en la psicología de los personajes, para describir de un modo preciso los ambientes de lugares muy distintos y para deslizar las tramas por la resbaladiza pendiente de unos diálogos llenos de agilidad y de ingenio. Todo ello sin florituras, sin alardes, sin una palabra sobrante y con una habilidad extraordinaria para el manejo de la incertidumbre, como si en todo momento  fuese a ocurrir algo, aunque al final, en ese mismo instante, no sucediese nada.

A pesar de todas estas cualidades, de ser uno de los grandes referentes literarios del siglo XX, Simenon no terminó nunca de encontrar un gran público en el mercado español, a diferencia de otros países. Y ello pese a las apuestas  de Aguilar, primero, en la década de los setenta, o de Planeta-De Agostini, después en los ochenta. El comisario Jules Maigret, protagonista de casi un tercio de su vasta producción narrativa, en nada se parece a algunos célebres detectives que le precedieron -Holmes, de Conan-Doyle; Poirot, de Agatha Christie; o Dupin, de Allan Poe-, rodeados de un halo de misterio, meditativos y sabios, elevados en las alturas  y encantados de conocerse a sí mismos. Maigret que empieza como guardia municipal  y acaba como simple comisario de distrito, es un tipo parsimonioso y campechano. Un investigador que, al final  de la series, Simenon sitúa como un simple jubilado cascarrabias. Pero más allá  de la singular creación literaria que supone este personaje en la tradición detectivesca, la obra del autor belga presenta algunas características con un trasfondo mayor...

En las últimas décadas, Tusquets y Acantilado fueron los sellos que apostaron más decididamente por la figura del autor belga. Y recientemente, esta última editorial, en alianza con Anagrama, ha reeditado en castellano títulos como El fondo de la botella o Tres habitaciones en Manhattan, obras que nada tienen que ver con el género policíaco y que evidencian la versatilidad del escritor belga como novelista. 

Su capacidad para crear personajes y, sobre todo, para reproducir  con precisión la atmósfera de cualquier lugar del mundo. Porque en la primera de esas dos novelas, una compleja trama familiar que transcurre en la frontera de EEUU, con México -Simenon vivió en Arizona después de la Segunda Guerra Mundial-, el escritor recrea un paisaje  y una comunidad con una naturalidad envidiable, como si la realidad hubiese crecido en una familia de rancheros. Y lo mismo si hablamos de París o Nueva York o de cualquier lugar en el que transcurra su relato. Simenon consultaba las guías de teléfonos de las ciudades sobre las que escribía para dar con los nombres de sus personajes. Un talento que fanfarroneaba a menudo sobre su promiscuidad y su carácter pendenciero, con una vida llena de sombras y que deja una fotografía excesiva, desmesurada, como toda su obra.

Mario Beramendi. La Voz de Galicia, viernes 17 de febrero del 2023.

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