El Clos du Mesnil es un minúsculo viñedo rodeado de un pequeño muro de piedra cuya partida de nacimiento se remonta a 1698, como puede comprobarse en una placa de piedra escrita en francés antiguo. El Clos que fue adquirido por Krug en 1971, es un lugar especial. Está divido en cinco subparcelas y cada una de ellas produce vinos de personalidad diferente, algo no tan raro si se tiene en cuenta que unas tiene 15 años y otras casi 50. Cada parcela se vendimia de manera individual y según los sacrosantos preceptos de la agricultura biodinámica, aunque no siempre fue así: los productores de vinos de Champaña no fueron precisamente, hasta el pasado reciente, los mejores alumnos en lo que respecta a la biodiversidad. Este viñedo goza de un microclima ideal al encontrarse situado al sudeste del pueblo y quedar así protegido del viento gracias al muro.
Esta mañana probamos el Clos du Mesnil Millesime 2006. Es una mezcla asombrosa de acidez, golosina (toques de miel), frescura y mineralidad; se bebe fácil y al mismo tiempo tiene una corpachón que deja un poso inesperado, y no es de extrañar: 12 años de envejecimiento en barricas de roble lo contemplan. Clos du Mesnil solo ve la luz cuando el año ha sido realmente excepcional, cuando la viña ha estado en condiciones óptimas y cuando los enólogos han decidido que de verdad merece la pena hacerlo. Cuando es así, no más de 10.000 botellas llegan al mercado, de manera prioritaria a Japón, Estados Unidos, Italia y Reino Unido. Dicho de otro modo está todo vendido, salvo escasas unidades que aterrizan de forma milagrosa en las tiendas especializadas o en la bodega de algún coleccionista que, previa reserva, hayan podido hacerse con ellas.
Por la tarde, la visita es a la maison Krug, en el centro de Reims, auténtica capital del champán. En la casa-madre, el hogar de la familia Krug durante varias generaciones y un lugar a la vez ultramoderno y fuera del tiempo. Estamos en el primer nivel de la bodega, construido, al igual que la casa, entre 1870 y 1876. La idea de los Krug era tener el centro de producción de sus vinos en el mismo lugar que su residencia. Tan en el mismo lugar que uno está sentado en un sofá del gran salón de la maison Krug, bebiendo un Grande-Cuvée 170º Edición delante de la chimenea, y apenas a seis o siete pasos se encuentra como por arte de magia en las escaleras que descienden hacia las bodegas, experimentando un cambio brusco de temperatura, de grado de humedad y de olor.
Hasta poco antes de la I Guerra Mundial, la bodega solo contó con este único nivel. Fue, pues, justo antes la Gran Guerra -que castigó con especial saña la ciudad de Reims, como ocurriría dos décadas después con la II Guerra Mundial- cuando los Krug se dieron cuenta de que les faltaba sitio para el envejecimiento de algunos de sus vinos, que necesitaban de largos años de reserva, y emprendieron la construcción de un segundo nivel hasta alcanzar los tres kilómetros de bodega, que son los que siguen existiendo en la actualidad.
Allí se encuentra lo que los responsables de la marca denominan La Colección, aunque también podrían llamarlo las Joyas de la Corona, tras unas verjas de hierro forjado y bajo bóvedas de piedra de sillería descansa un verdadero testimonio del paso del tiempo y del saber hacer artesanal en forma de docenas de botellas de 1880, de 1900, de 1904, de 1920... pero también de 1914, de 1915, de 1942, de 1943... es decir champán para tiempos de guerra. Y encima de ellas, escrita en blanco sobre fondo negro, esta frase de André Malraux: "Hay obras que hacen pasar el tiempo y otras que explican el tiempo". Resulta imposible no pensar en el contraste que supone el aire fantasmagórico del lugar y las hedonistas ganas de colarse en él y descorchar unos cuantos de esos tesoros...
Borja Hermoso. E País Semanal, 22 de febrero de 2023.
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