domingo, 19 de marzo de 2023

Francia desaparece

Alain Finkielkraut y "La posliteratura". Daniel Rossell

Francia se va a la mierda. Ahora es el fin. Las llamas de Notre Dame lo simbolizaron. ¿Un incendio? Un suicidio. Desde este convencimiento interviene en el debate público de su país Alain Finkielkraut, un polemista culto, prototípicamente parisiense. Activo ya en el Mayo del 68 y comprometido entonces con el maoísmo que nos dimos entre todos, no tardó en desmarcarse de su generación. Su temprana constatación fue que la ortodoxia progre desembocaría en el colapso de Francia y de Occidente. Lo planteó ya en 1987 con La derrota del pensamiento. ¿De verdad que debería considerarse un cómic en igualdad de condiciones a una novela de Nabokov? Una variante de esa pregunta la vuelve ahora a plantear en uno de los textos de La posliteratura. ¿De verdad que el presidente de la República debe despedirse oficialmente del cantante Johny Hallyday caracterizándolo como un "héroe francés"?

 Como el suicidio de la catedral, este es otro síntoma del fin de la sociedad que nació con la Ilustración. "El entretenimiento se ha adueñado de la grandeza sin por ello cimentar la nación, contrariamente a lo que quería creerse".

Las ideologías que han disuelto la nación moderna y los valores asociados a ella son su obsesión . "No diré que la democracia francesa está en crisis", dijo durante La noche de las Ideas de 2017 debatiendo con Javier Gomá y Juan Cruz, "sino que la nación está en crisis". Considera que esta crisis comienza en la escuela y tiene como origen el cuestionamiento sesentayochista de la autoridad del maestro, cuando la autorización sustituyo a la autoridad". Hoy sería más importante enseñar a expresarse que enseñar la lengua y "así muere el francés en su propio país". Esa desnaciolización la siembra la pedagogía, tiene el antiracismo como acelerador  y culmina con una sustitución identitaria. La encarnan élites cosmopolitas. Las que leen Le Monde, por ejemplo, "uno de los órganos más elocuentes de la moral posidentitaria y posnacional". Aquellas cuya patria ya no es su país sino las capitales globales. "Esa élite conectada, que se cree europea porque se siente más en casa en Berlín y en Milán que en Limoges o Valenciennes, contribuye activamente al entierro de Europa".

Finkielkraut contempla el suicidio de la catedral, la muerte de su lengua  y el entierro de Europa. Y no se queda impasible. En un ejercicio de libertad intelectual a veces al límite, el polemista combate. En defensa de la nación  occidental y el sujeto que la configuró -el hombre blanco-, provoca.

Dedica diversas páginas al movimiento Black Lives Matter y pretende evidenciar contradicciones que nos costaría asumir. "Las nuevas generaciones creyeron reconocer en el asesino de George Floyd el rostro impasible de la civilización a la que han aprendido a despreciar". El principal dardo, como era de esperar, lo lanza contra la moralización de la cultura impuesta, según él, por la ideología de género. Si apoya a Polanski y es atacado por ello, no se amilana y dobla la apuesta al afirmar que cada noche somete a tortura a su mujer para comprobar si se tolera la ironía. "¿Está convirtiéndose Francia, patria literaria, para su desgracia en una sociedad literal?". Denunciar esta deriva es el tema del primer ensayo, una conferencia sobre la virtud que dictó en la Academia Francesa. Su hipótesis es que la victimización como primer mandamiento de esta sociedad censura la complejidad moral que plantearon en sus ficciones Kundera o Roth, al que lee de manera ejemplar. Pero es que a Roth lo seguimos leyendo para explorarnos. Él no lo cree. Cautivo de la nostalgia del viejo orden de las cosas, el catastrofismo lo obnubila.

Jordi Amat. El País, sábado 25 de febrero de 2023.

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