Sofía posa en su apartamento de París con ropa de Acheval Pampa. (Pedro Potestá) |
Otro objeto de fascinación, en la misma época, eran los gauchos: hombres del campo que vestían con sombreros de fieltro, bombachas, cinturones decorados llamados rastras. Los veía durante los fines de semana y las vacaciones en la propiedad familiar en La Pampa. "Desde chica pensaba: ¡Qué elegancia! ¡Qué estilo!", recuerda.
A los 22 años, aterrizó en París para estudiar moda en el prestigioso Studio Berçot. Entonces le ocurrieron dos cosas inesperadas. La primera fue que nada le parecía exótico en París. Se sentía en casa. Las calles, las casa, incluso los rituales de la alta burguesía y de la alta intelectualidad ; nada era nuevo para ella. Saint-Germain-des-Prés no quedaba tan lejos de La Recoleta. La segunda cosa inesperada fue que, cuando paseaba vestida al estilo gauchesco, los jóvenes parisienses la paraban y le decían: "Quiero este pantalón, este poncho, este bombacho".
El desenlace era inevitable. Cuando, en 2018, y después de trabajar para otros en el mundo de la alta costura, Sofía Achaval creó la marca Àcheval junto a Lucila Sperber, lo que surgió era un compendio de toda esta historia y esta geografía. Àchaval es un juego de palabras con el apellido de Sofía y la locución que en francés significa "a caballo". La marca convoca las vivencias infantiles y los sueños de cruzar el charco. Es el espíritu de los gauchos -fabrican en Urugay- en rara alquimia con la élite de la moda: Milán sede del showroom de Ácheval donde presenta las colecciones y París, campamento base de la cofundadora. "Para mí el estilo gaucho siempre fue una inspiración", afirma. "Con Lucila, teníamos la idea de que había que hacer algo con esto, tan fuerte y tan nuestro. El mundo lo quiere. Nosotras lo transformamos de una manera contemporánea".
Sofía Achaval lo cuenta en un sofá del apartamento de la rive gauche de París donde vive con su marido, el escritor Thibault de Montaigu, y sus hijos Tadzio y Paloma. Vogue la ha descrito como "una figura botticeliana con cabellos color trigo". Hoy lo "botticelliano" se mezcla con lo "maradoniano": el día que la visitamos, lleva una camiseta del Boca Juniors, marca Àcheval, con el 10 de Diego Maradona. "¡Fanática de Maradona", proclama. Paseamos por la casa: las estantería con las colecciones de La Pléiade de Gallimard, la editorial fundada por el bisabuelo de Thibault. Las fotos de la boda en Uruguay, ella vestida de Christian Lacroix (antes se había casado por lo civil en Saint-Tropez). El luminoso ventanal que da al castaño del patio interior.
En otro apartamento del mismo edificio tuvo su consulta Jacques Lacan, pope del psicoanálisis, En el pasillo colgaba El origen del mundo, la famosa pintura en la que Gustave Courbet retrató el primer plano del sexo de una mujer. Ahora se expone en el Museo de Orsay, a cuatro pasos de aquí. En la calle una placa indica; "Lacan practicó aquí el psicoanálisis desde 1941 hasta su muerte".
"Los argentinos se paran enfrente y tratan de entrar", dice Achaval. Porque esta es, también, una historia de psicoanálisis argentino y francés. La última novela de Thibault, La gracia, es autobiográfica y cuenta una conversión al cristianismo. Todo empieza con una visita del narrador a una psicoanalista mientras vive con su familia en Buenos Aires. "Yo también me analizo", confiesa Sofía. "No me había analizado mucho en mi vida, solo de adolescente. Y ahora, de grande, me dieron ganas, pero más que nada como una curiosidad y una investigación personal. Como un viaje interno".
Marc Bassets. El País Semanal, 30 de septiembre de 2022.
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