sábado, 15 de julio de 2023

Alsacia entre pueblos, viñedos y bosques de cuento

Alsacia es una tierra de frondosos bosques que cubren la cordillera de los Vosgos, extensos viñedos que tiñen de verde sus llanuras y colinas, y pueblos medievales de cuento a los pies de los viejos castillos. La mejor manera de recorrer esta región del noreste de Francia es combinando el coche con la bici y el senderismo. En el camino entre maizales y viñedos de parras erguidas al sol, irán apareciendo pueblecitos de tal belleza que, como Eguisheim, inspiraron a Disney para La Bella y la Bestia. Lo mejor es dejarse llevar por sus empinadas  y laberínticas callejuelas en las que el tiempo parece detenido. Iremos descubriendo iglesias románicas ; fuentes y pozos de piedra esculpida; murallas y torreones; casas medievales de fachadas de vivos colores entramadas con irregulares vigas de madera tallada, miradores renacentistas, alféizares floridos y coloridas contraventanas ; patios de bodegas familiares cubiertos de enredaderas que albergan centenarias barricas y prensas de madera, y portones con escudos de armas y dinteles de piedra cincelados con el símbolo del oficio de sus antiguos moradores.

Los nombres de sus pueblos recuerdan el pasado alemán de esta región con lengua propia de origen germánico: Guewiller, Dambach, Zellenberg. Hunawihr, Hagueneau, Marlenheim, Niedermorschwhir... Todos comparten en mayor o menor medida los atractivos reseñados, cada uno con sus peculiaridades. Eguisheim, rodeado de montes con viñedos  y a los pies de tres castillos tiene como icono Le Pigeonnier, una pequeña casa medieval quizá la más fotografiada de Alsacia, en la esquina entre dos estrechas calles. Las callejuelas de Ribeauvillé, de las que sobresalen dos imponentes torreones, se llenan cada año de comediantes en la Pfifferdaj, la fiesta más antigua de esta región que recuerda a los juglares que la frecuentaban y que siguen teniendo su cofradía del siglo XIV en la atractiva casa Pfifferhüss. En Riquewihr se halla lacas medieval más alta de Alsacia, con 25 metros de alturs, la llamada Gratte-Ciel (rascacielos). Turckheim lo enseña por las noches un alguacil ataviado a la vieja usanza cuya función era prevenir los incendios: las casas son de madera y el fuego era du fuente de luz y de calor. La coqueta Kaysersberg, a los pies de las ruinas del castillo de Schlossberg, está curzada por el río Weiss, cuyas orillas une un puente fortificado. Bergheim, antigua villa romana , es la única que conserva sus murallas  casi al completo y el tilo más antiguo de la región, de 1313. Era lugar de asilo para los prófugos de la justicia, como recuerda el Lakmi esculpido en una de sus entradas que se burla del exterior enseñando sus posaderas y la lengua.

La señorial Obernai está los pies del monte Sainte-Odile. patrona de Alsacia, quien ciega de nacimiento, obtuvo la visión al ser bautizada. En su cima con unas magníficas vistas de la llanura alsaciana, hay un convento fundado por la santa en 680, una de cuyas fuentes, dicen, tiene propiedades curativas. La religión siempre estuvo presente en esta zona, como atestiguan los cruceros en las entradas de los pueblos. Aquí convivieron y también guerrearon, durante siglos católicos y protestante sin olvidar que Alsacia también contó con una importante comunidad judía, como se aprecia en Obernai, Turckheim,  o Bergheim...

Colmar y Estrasburgo, capital de Alsacia y sede del Consejo y del Parlamento europeos, son paradas obligadas. La primera ciudad hay que disfrutarla callejeando, viendo sus llamativas  mansiones renacentistas  y sus casas medievales asomadas al río Lauch; y sus museos, como el del colmariano Auguste Bartholdi, escultor de la Estatua de la Libertad l Urtenlinden, en un antiguo convento dominico, en el que destaca el sin igual Retablo de Isenheim, de Matías Grünewald. 

En Estrasburgo impresiona su rojiza catedral emergiendo de entre las callejuelas que la rodean, al igual que a su costado la emblemática Casa Kammerzell, del siglo XV, cubierta de delicada tallas de madera, o los frescos medievales de la menos conocida  iglesia de Saint-Pierre-le-Jeune. El casco viejo está lleno de restaurantes y cervecerías  como Au Brasseur, frecuentada  por los estudiantes de esta ciudad universitaria que tuvo a Goethe como alumno y a Gutenberg entre sus vecinos. No menos animadas son las retorcidas callejuelas del barrio de la Petite France, plagadas de casa del siglo XVI y bonitos restaurantes como Au Pont Saint-Martin, donde cenar  mirando al río. La ciudad tiene una amplia oferta cultural de la que sobresalen su Museo de Arte Moderno y Contemporáneo -con obras de Klee, Klimt, Duchamp y Monet- y el de Bellas Artes -Rafael, Rubens, Canaletto y Goya- en el palacio Rohan, sede de los antiguos príncipes-obispos...

Manuel Floretin. El viajero. El País. Guía de 2023.

No hay comentarios:

Publicar un comentario