lunes, 24 de julio de 2023

"Houria" Los sueños de las jóvenes argelinas

La primera escena de Houria (Libertad) refleja de un modo alegórico la tesis central de una película que aborda la brutal discordancia entre los sueños de libertad de las jóvenes argelinas y la cruda realidad que deben afrontar en su día a día. En el tejado de un edificio una chica baila con los auriculares puestos. La cámara liviana como una pluma, se muestra hipersensible en cada uno de los gestos y piruetas de la joven, pero el sonido,  que no captura el fondo musical, parece boicotear el goce de la representación por parte del espectador. En este brillante arranque, la cineasta franco-argelina Mounia Meddour (Moscú, 1978) conquista un espacio híbrido entre la danza visible y la música inaudible, donde terminan aflorando otros sonidos: el delicado siseo del viento, la respiración entrecortada de la bailarina o el rozamiento contra el suelo de las puntas de los zapatillas de ballet.

Por desgracia, a lo largo de Houria, Meddour -que ganó el César a la mejor ópera prima con su drama social Papicha, sueños de libertad (2019)- desatiende su propuesta inicial de buscar un espacio intersticial entre dos dimensiones opuestas y se decanta por bucear en un cierto extremismo emocional. Así, a la hora de retratar los anhelos de bienestar y de emancipación de la protagonista, Houria y sus compañeras de danza, la película muestra unas jóvenes desmelenándose al son de Single Ladies de Beyoncé, un momento estático que se presenta bajo un aura casi fantasiosa. Pero luego, para ilustrar la dimensión más aciaga de la condición femenina en el mundo árabe, Meddour lleva a Houria (interpretada con gran coraje por Lyna Khoudri, vista en La crónica francesa, de Wes Anderson) hasta un centro de recuperación física y mental de mujeres golpeadas por la fatalidad. Allí, mientras intenta rehabilitarse del mutismo, la depresión y una cojera provocadas por un altercado callejero, la protagonista conoce a un grupo de víctimas del patriarcado y el islamismo radical: mujeres traumatizadas por secuestros, repudiadas por su infertilidad, o abatidas por la muerte de sus hijos en ataques terroristas.

Houria toca techo gracias a la exploración del poder sanador de la danza y hay que reconocerle a Medour la determinación con la que denuncia un conjunto de lacras sociales que nos interpelan de forma directa (la mejor amiga de Houria sitúa Barcelona como el destino final de su sueño europeo). Sin embargo, resulta difícil sintonizar con una propuesta fílmica tan inclinada hacia el didactismo. Mientras limpia las habitaciones de un hotel, la amiga de Houria pronuncia un discurso prendado de pedagogía: "Aquí nos falta petróleo, agua, sémola, internet, cultura...Solo les queda quitarnos el oxígeno". Nada que objetar ante el reclamo de la justicia, pero sí ante la negativa de Meddour a explorar el misterio del arte. Rendida ante lo evidente, la cineasta acomete un ejercicio de cine combativo que acaba derivando en un tremendista panfleto fílmico.

Manu Yáñez. El Cultural, 30-6-2023.

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