Édouard Monet y su esposa, obra de Degas. |
Ese cuadro se encuentra al inicio de Manet/Degas, la gran exposición que el Museo de Orsay dedica a la relación entre ambos pintores, que se puede visitar en París hasta el 23 de julio antes de viajar al Metropolitan Museum de Nueva York durante el otoño. Esa cercanía convertida en enemistad es, en gran parte, una leyenda, ya que apenas se conservan cartas u otros escritos que documenten la realidad de su relación. La apuesta de la exposición es observarla en los cuadros que ambos pintaron, en los que ese tenso diálogo es innegable.
La muestra reúne 200 obras, muchas de ellas valiosos préstamos de colecciones europeas y estadounidenses, que reflejan lo mucho que tenían en común. Hijos de la burguesía parisiense, los dos nacieron durante la década de 1830, frecuentaron los mismos círculos -como el cenáculo del café Guerbois, en la frontera entre Montmartre y Batignolles, por el que también pasaron Monet, Renoir, Sisley o Zola-, demostraron los mismos intereses temáticos y tuvieron la misma necesidad de reconocimiento. También contribuyeron a forjar la vanguardia que constituiría el impresionismo, aunque Manet nunca quiso asociarse oficialmente al movimiento.
Por apego a la independencia, ninguno de los dos tuvo una formación clásica, si bien Degas pasó brevemente por la Escuela de Bellas Artes de París. Aprendieron copiando, trasladando el legado de aquellos grandes maestros a los que veneraban al tiempo presente: por ejemplo, Manet emuló a Tiziano en su Olympia y a Chardin en Las burbujas de jabón. Estuvieron en los mismos bistrots y burdeles, donde observaron escenas de la vida urbana y recogieron en sus lienzos "lo transitorio, o fugaz, y lo contingente ", como el resto de pintores de la vida moderna.
Aun así, también existían diferencias entre ambos. Manet que era posromántico confeso, admiraba a los españoles, mientras que Degas seguía a Ingres y a los italianos, privilegiaba el dibujo y el trazo preciso. El primero ers una animal social y mundano, un seductor nato que siempre perseguía el aplauso, mientras que el segundo, orgulloso de su misantropía, era más discreto y reservado, e impedía que los curiosos entraran en su atelier, que consideraba una especie de laboratorio. "Es más vanidoso que inteligente", solía decir Degas de su mejor enemigo.
Manet logró la fama una década antes: hacia 1860, ya era una figura central del arte parisiense y había expuesto en el sacrosanto Salon, mientras que Degas seguía siendo un desconocido. "La diferencia se equilibrará una década más tarde, por el papel que el segundo tuvo en la organización de las exposiciones a partir de 1874", señala la comisaria de la muestra, Isolde Pludermacher, que insiste en que ninguno de los fue, como se dice a menudo, un pintor maldito.
Incluso después de su enfado, la conversación entre ambos fue permanente a través de sus cuadros. A media exposición, aparece la famosa Escena de la carrera de obstáculos (1866) de Degas, con su jinete caído en primer plano. Y a su lado, el no menos célebre Torero muerto (1864-68) de Manet, préstamo de la National Gallery de Washington, segunda versión de una composición de mayor tamaño que reoresentaba una corrida desde un plano más general. Ante las críticas recibidas, Manet decidió centrar el cuadro en la figura del matador, con lo que conquistó todos los apalausos. Su amigo lo consideró un plagio indudable...
Álex Vicente. París. el País, lunes 26 de junio de 2023.
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