El entorno es idílico : caserón francés aislado, construido en la mitad del siglo XIX en una colina, enorme jardin que se pierde en el horizonte donde el aperitivo se sirve en una larga mesa con manteles que pertenecieron a la bisabuela, candelabros de plata, música de cámara, perros de pelaje reluciente que pululan entre los invitados, champagne servido en copas de cristal fino... Todo induce a la conversación superficial, a la broma inocente, al ¿"has leído/visto/escuchado...?" y al "...¿y qué te ha parecido?". Y, sin embargo, es imposible sustraerse a que en las grandes ciudades cercanas hay bandas de jóvenes protestando violentamente por la muerte de Nahel a manos de la Policía, cuyo nombre será difícilmente olvidado. Como extranjera en este mundo francés que no es el mío, me permito mostrarme más ignorante de lo que soy y, entre canapé y canapé, pregunto directamente qué está pasando y cómo mis amables anfritriones se lo explican.
Hay encogimientos de hombros y ganas de hablar de otra cosa, pero mi insistencia vence. Como sucede a menudo en estos casos, no hay una ni cien explicaciones, hay un puñado de viñetas que pintan un panorama sombrío que me hace, como siempre, preguntarme por qué los franceses se quejan todo el tiempo y los españoles no nos quejamos bastante. Aparece la brutalidad policial, por supuesto. Alguien se queja de ella, mujer de mediana edad, blanca, de clase alta, la Policía francesa también la trata mal. Nadie más la secunda. Pero lo que pesa es la inadaptación. Cómo los barrios están llenos de jóvenes inmigrantes inadaptados que utilizan caulquier excusa para quemar autobuses o vandalizar tiendas de zapatillas. Cómo nadie les ha enseñado a amar a su país de acogida. Cómo -y eso es secundado por varios invitados- hay un empeño en respetar demasiado las culturas y religiones que llegan a Francia y no hay ninguna intención de transmitir los valores de la cultura francesa. De ahí pasmos al tema del velo, de las ganas de trabajar, los subsidios, el miedo de una Policía que no está lo bastante preparada (eso lo rebaten algunos). Hay alguien, un artista prestigioso-que dice que en la banlieue de las grandes ciudades hay grupos armados con lanzallamas y metralletas. Manifiesto mi asombro ante este hecho, me resulta muy difícil de creer. ¿Dónde está todo ese armamento justamente en este momento, el más álgido de las protestas? ¿Por qué no se ha utilizado? Pregunto si las diferencias entre esas protestas y las de hace apenas unos meses sobre la edad de la jubilación son simplemente demográficas. Aquí las opciones se dividen: aquellas protestas sí eran legítimas, las de ahora por parte de chicos muy jóvenes no tanto. Un empresario se muestra horrorizado tanto por estas protestas como por aquellas y zanja con un "en este país nadie quiere trabajar, nadie, ni los jóvenes ni los mayores". Alguien le responde: "Siempre nos quedarán los chatbots". La mayoría ríe. Nuestra amable anfitriona nos llama a cenar desde el interior de la casa y los collies empiezan a dar saltos. Antes de entrar en la casa, miro el sol, que se esconde tras la última colina del horizonte tiñendo el cielo de púrpura: a ver qué nos depara el mañana, a ver.
Isabel Coixet. XLSemanal, 16 de julio de 2023.
No hay comentarios:
Publicar un comentario