Aunque el arte tiene un peso importante -se exponen cuadros de Picasso, Chagall, Rousseau; fotografías de Man Ray; dibujos de Jean Cocteau...-, no es el único protagonista. Las salas del Petit Palais muestran vestidos, aeroplanos, coches, joyas, pero también el horror de la I Guerra Mundial, porque la paradoja es que esa exposición creativa y tecnológica, que cambió la forma en que la humanidad pensaba, vivía o se desplazaba, desembocó en la catástrofe germinal del siglo XX que, como apuntó el escritor Geof Dyer en su ensayo sobre la batalla del Somme, anticipaba todos los demás desastres del nuestro tiempo.
"Los vehículos de tracción animal dieron paso a los automóviles, el paisaje urbano se transformó con la creación del metro, los aviones cruzaron el canal de la Mancha, los trasatlánticos unieron continentes, la primera radio de Francia se instaló en la Torre Eiffel en 1922..., prosigue Singer en una entrevista por correo electrónico. "Los límites no dejaban de superarse, pero este progreso también tuvo su lado negativo: durante la I Guerra Mundial, los aviones se convirtieron en armas mortíferas, lanzando bombas. La fotografía y el cine también se desarrollaron, transformando nuestra relación con el mundo. Esta exposición es testigo de todos estos cambios, que no solo nutrieron a los artistas, también alteraron la vida cotidiana : las mujeres se emanciparon, la gente viajaba más, se liberaron las costumbres...".
La exposición no hace ninguna referencia al tiempo presente, pero resulta difícil verla sin preguntarse a dónde nos llevarán los cambios con, por ejemplo, el vertiginoso desarrollo de la inteligencia artificial y si se está viviendo, ahora, una revolución similar. El cineasta Jean Renoir explicaba en un libro sobre su padre que este, el pintor Pierre-Auguste Renoir, nació en 1841 cuando una parte de los inventos que iban a cambiar el mundo ya habían sido concebidos, aunque en ese momento nadie fue capaz de predecir su alcance -la máquina de vapor y los primeros globos aerostáticos se crearon a finales del siglo XVIII, por ejemplo-. Jean Renoir escribe en Renoir, mi padre (Alba): "El campo había comenzado a vaciarse hacia las ciudades. Los obreros trabajaban en las fábricas. Las verduras consumidas en París venían del sur incluso de Argelia. (...) Renoir tenía un teléfono. Las carreteras estaban asfaltadas. Nuestra casa tenía calefacción, agua caliente y fría, gas, electricidad...". Esa transformación, en todos los ámbitos, es lo que cubre el Petit Palais.
La exposición muestra la increíble libertad de expresión que se alcanzó en aquella época dorada de la creatividad. Pero, también fuera de campo, resulta imposible no pensar en el cataclismo que se iba a desencadenar en los mismos años en que algunos genios cambiaron, en un ambiente de total libertad, la forma de concebir el mundo. Los años veinte fueron también aquellos que vieron surgir el fascismo: Mussolini alcanzó el poder en 1922 y Hitler, al frente del Partido Nazi, dio un golpe de Estado fallido en 1923...
París parecía una ciudad de "luz libre", tomando prestada una frase de Chagall. André Warnod, Berceax de la jeune peinture, describió París como un remanso de libertad, donde todos, incluidas las mujeres, podían vivir como quisieran". Joséphine Baker, que en 2022 se convirtió en a sexta mujer en ser enterrada en el Panteón, ocupa un lugar significativo en la muestra. "Baker estaba deslumbrada por la libertad que descubrió en París, donde no había leyes segregacionistas y podía tomar un café en cualquier establecimiento", explica Singer. "Su amor por París y la libertad que encontró me parecieron emblemáticos del espíritu del París moderno en un contexto en que todo parecía posible... hasta la crisis de 1929 y luego la II Guerra Mundial".
Guillermo Altares. El País, miércoles 20 de marzo de 2024.
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