"Era una figura del siglo, una conciencia republicana, el espíritu francés", dijo el presidente Emmanuel Macron. Su viejo partido, el socialista, afirmó en un comunicado: "Hay pocas figuras con capacidad para unir la nación en su conjunto, pues supone haber sabido encarnar combates que hacen crecer la humanidad entera, Robert Badinter era de estos". "Él representaba una corriente que va más allá de los partidos y que representa lo que es Francia", dice por teléfono el ex primer ministro Manuel Valls, cercano al matrimonio formado por Robert y la intelectual feminista Elisabeth Badinter. "Poco importan los desacuerdos", dijo el líder de la izquierda radical, Jean-Luc Mélenchon. "Jamás me he cruzado con otro ser de esta naturaleza. Simplemente era luminoso". Marine Le Pen, cuyo programa en buena parte es una enmienda a la Francia de Badinter, dijo: "Era posible no compartir todos los combates de Robert Badinter, pero este hombre de convicciones fue incontestablemente una figura que marcó el paisaje intelectual y jurídico".
Badinter, como muchos hijos de inmigrantes, y aún más de quienes huyeron de persecuciones fascistas o regímenes autoritarios, apreciaba como pocos el ideal laico y republicano de Francia, Pero como decía su biógrafa, Pauline Deyfrus, "fue una historia de amor que se frustró". Durante la ocupación nazi, en la Segunda Guerra Mundial, sufrió la Francia antisemita y colaboracionista. Pero también encontró con su madre y su hermano refugio en un pueblo de la Saboya, lo que les permitió sobrevivir. Contaba Le Monde en su obituario que el sentimiento de revuelta ante la injusticia nació al final de la guerra, cuando un profesor suyo, al que había admirado, fue condenado por colaborar con los nazis. El profesor fue finalmente indultado, pero el joven Badinter entendió algo que para él resultaría esencial. Una cosa es la venganza. Otra, la justicia.
Hay momentos decisivos en la vida de todo humano. Para Badinter, uno fue la desaparición de su padre. Otro, ya de adulto y como abogado de prestigio, la defensa en 1971 de Roger Bontems, condenado a muerte por complicidad en el asesinato de una enfermera y un guardián durante un motín en una prisión. De madrugada, en la prisión parisina de la Santé, el abogado escuchó desde el despacho del director el ruido de la cuchilla que decapitaba a Bontems. En una entrevista, en el semanario Le 1, en 2o21, todavía recordaba que en aquel momento pensó: "No es posible, ¡No es posible, ¡nunca más! Mientras pueda, combatiré contra la pena de muerte. Una justicia que mata no es justicia"...
Marc Bassets. El País, martes 13 de febrero de 2024.
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