Para entender a Sara Kofman (1934-1994) hay que conocer su biografía. Kofman lee mucho y a fondo, perdiéndose en los textos de sus autores de cabecera, básicamente Nietzsche y Freud. Su tarea es concéntrica y compleja, en círculos o en torbellino de palabras. ¿Por qué esta filosofa así esta autora? Y, sobre todo, ¿Cómo se empieza a filosofar casi desguazando un texto, adentrándose en la materialidad que lo organiza, en definitiva, hincando bocado a la página? Habría que preguntar, en el caso de Sara Kofmann cuál fue el impulso inicial que la movió a leer de una forma tan singular. Seguramente las figuras maternas tengan un papel relevante en este asunto.
Kofmann publicó en 1994 su autobiografía, titulada Calle Ordener, calle Labat. Poco después se suicidó. El libro es la historia de la deportación del padre y de sus consecuencias. Después de que los gendarmes detuvieran a Berek Kofman, la pequeña Sarah sufrió una profunda angustia de separación. Vomitaba si la separaban de su madre, hasta el punto que no pudo esconderla con otra gente y se tuvo que quedar con ella. Ambas se trasladaron desde la calle Ordener, donde vivía la familia hasta la detención del padre, hasta la calle Labat, al domicilio en el que una señora francesa (mémé, como la llamaría más tarde Sara Kofman) las acogió, poniendo en riesgo su propia vida. En el transcurso de los días en la clandestinidad del domicilio de la calle Labat, Sarah se encontró entre dos madres. La madre yidis cocinaba comida kosher para Sarah, mientras que la madre francesa decía que esta dieta no era adecuada para la niña y le compraba filete de carne saignant. Dice la fallecida feminista belga Françoise Collin que la alimentación constituye el núcleo de su relato autobiográfico: "Todo se teje en términos de comer, de comer demasiado a demasiado poco, entre el hambre y el vómito, en lo que cuesta digerir. Poco a poco la niña se fue decantando hacia mémé, que la sacaba a pasear alardeando de lo guapa y rubia que era la niña, y llevándola a conciertos y museos. El mundo de la cultura se abrió ante ella como un bombón que se deshace en la boca. Abandonando las restricciones dietéticas de la tradición materna, Sarah Kofman entró en la dimensión simbólica de la madre francesa. Entre dos madres se jugó la supervivencia de la niña.
La perdida traumática del padre constituye el principio del relato. Su ausencia, la dificultad que envuelve a la pequeña. A medida que Sarah estudia, y más adelante cuando empieza a escribir filosofía, busca una vía de salida. El atajo sirve para entender cómo filosofa esta autora y cuál es su relación con la obra de Nietzsche.
Nietzsche también pierde a su padre muy joven, como Hofman. En su maravillosa biografía sobre el filósofo, Daniel Havély describe la indefensión del muchacho frente a esta temprana desaparición del padre, del que más tarde dirá, en Ecce homo (1889): "Yo soy mi padre muerto". Federico tenía entonces cuatro años... Durante largo tiempo permaneció conmovido por haber comprendido demasiado pronto"... De la misma manera que, en el caso de Nietzsche, Ecce homo es una recapitulación de su obra, Calle Ordener, calle Labat representa para Sara Kofman el momento de decir lo que veinte libros de filosofía mo consiguieron expresar previamente. Ambos textos constituyen el instante del fin para los dos filósofos, cuyos biografemas (en términos de la filósofa francesa Danielle Cohen Levinas) permiten entender cuál puede ser, a veces. el impulso traumático de la filosofía...
Anna Pagès. Ideas. El País, domingo 18 de febrero de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario