Aitana Sánchez-Gijón en La madre.(Foto: Bárbara Sánchez Palomero) |
Y eso que de entrada el personaje parece tópico. Esposa, madre y ama de casa entra en depresión cuando sus dos hijos abandonan el nido. Pastillas para dormir, pastillas para despertar. "Para vivir", dice ella en la obra. El marido va a su bola, siempre ha ido a su bola. Cumple su papel de proveedor y tiene derecho a echar una canita al aire. Sin remordimientos. Además en casa todo son reproches, no hay quien aguante a esa loca.
Hemos visto muchas "locas depresivas" en el teatro.la literatura, el cine. Y en la vida: desde niñas tememos acabar convertidas en una de ellas. Y los niños, en el marido. Pero que las identifiquemos no significa que no puedan seguir explorándose más allá del tópico. De hecho, es el mejor modo de romperlo. Es lo que consigue el autor Florian Zeller en La madre. No solo porque nos lleva hasta las profundidades de su mente, sino también por la forma en que lo hace. Decíamos antes que "construye" el personaje, pero sería más acertado decir que lo deconstruye. Casi a la manera cubista. La obra comienza en estilo alta comedia inglesa convencional: el hombre vuelve a casa y la mujer le echa en cara que llega tarde, que no le hace caso, que se siente sola. Pero resulta que cuando termina la escena se repite con variaciones: donde antes ella emitía un lamento ahora hay un insulto. A partir de ahí, el espectador nunca sabrá si lo que ocurre sobre las tablas es real o está en la cabeza de la protagonista. Un audaz mecanismo con el que Zeller libera el personaje: le da permiso para sacar todo lo que tiene dentro, incluso lo que ni ella sabe de sí misma. Rabia, odio, ira. Lo mejor es que no la victimiza. Es solo una mujer destrozada...
Raquel Vidales. Babelia. El País, sábado 23 de marzo de 2024.
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