El deshielo es la ópera prima como realizadora de Veerle Baetens (Brasschaat, Bélgica, 1978) a quien previamente conocimos por su faceta de actriz y cantante, principalmente por la muy apreciable película -y premiada- Alabama Monroe (Felix van Groeningen, 2012). Para su debut al otro lado de la cámara, Baetens escoge una historia dramática y nada fácil, adaptación de la novela (todo un superventas, especialmente en su país) de la autora belga Liz Spit (Zandhoven, 1988). Compone con ella una narración con dos líneas temporales: el presente donde Eva vive instalada en la desesperanza y en el miedo a la vida; y el pasado, aparentemente luminoso, donde una Eva de 13 años, con una mirada todavía ilusionada, vive el que será el último verano de su niñez antes de que todo cambie.
Sostenida especialmente por la mirada de la joven Rose Marchant -premio especial del jurado a la mejor actriz en el Festival de Sundance-, este largometraje sobre el trauma nos muestra una vida rota por sucesos trágicos del pasado, una víctima del horror que se esconde en los círculos aparentemente seguros, donde los pasajes de la infancia son los más desgarradores y duros y nos hacen sentir empatía por la chiquilla que se fue.
La transición de la niñez a la adolescencia es aquí un espacio habitado por oscuridades, confusiones, intentos de encajar y pulsiones que acaban deviniendo hacia la violencia, mientras el silencio cómplice de aquellos que miran hacia otro lado, aún sabiendo lo que está mal, es otra forma de violencia tan cruel como la ejercida físicamente.
El deshielo es una película carente de piedad hacia el espectador; no hay redención ni castigos ejemplarizantes, sino un tema -tristemente de actualidad- como el tratamiento del sexo y violencia entre preadolescentes. Su poso de desesperanza, que perdura tras su desenlace, invita a la reflexión y la concienciación.
Sabela Pillado. La Voz de Galicia. Martes 13 de febrero de 2024.
No hay comentarios:
Publicar un comentario