jueves, 14 de marzo de 2024

"El léxico del autor"

Aunque apreciaba los dones apacibles del campo, sobre todo los vinculados al País Vasco francés, donde vio la primera luz, Barthes era sobre todo un animal de ciudad por la que le gustaba desplazarse andando. Viví en su misma calle más de un año, y puedo dar razón de sus paseos, solo o acompañado, por el barrio Latino, por el proustiano barrio de Saint-Germain o por las inmediaciones de Montparnasse o la Ópera, en una época en la que París tenía todavía su relato y su personalidad, antes de que se convirtiera en un parque mediático para los millones de turistas que la visitan en todas las épocas del año.

De todos los cafés que jalonaban sus paseos, el más querido y frecuentado era sin duda el Flore, donde una tarde lo capté en un momento reflexivo y con la mirada ausente. Quizá pensaba en sus pasos perdidos: sus días en el sanatorio de tuberculosos, tocados por la enfermedad que le impidió entrar en la Escuela Normal Superior, a la que estaba destinado al igual que Sartre, Althusser y Foucault. O sus años de lector francés en Bucarest o Alejandría, donde tuvo más que un amor, o sus días en la Escuela de Estudios Superiores, donde dio el seminario reproducido en el libro que vamos a tratar, o su experiencia pedagógica más reciente en el prestigioso Colegio de Francia a cuyos cursos asistí y donde ingresó en 1977, tan solo tres años antes de su muerte. 

El léxico del autor está prologado por Éric Marty, autor de El sexo de los modernos y gran lector de Barthes que conoce su obra palmo a palmo y que abre las puertas de la travesía con agudas matizaciones. Los asistentes al seminario formaban una camarilla de élite, con intelectuales como Aron, Sarduy, Sollers, Bremond, Kristeva y un largo etcétera. Decía Hegel que "la conciencia de sí solo alcanza su satisfacción en otra conciencia de sí", y eso pasaba en el seminario  de 1973-1974, donde los narcisismos eran recíprocos y compartidos y donde Barthes tomaba conciencia de su propio discurrir en otras conciencias que lo acompañaban mientras se exploraba en realidad a sí mismo, pues el seminario fue la base de un ensayo irónicamente autobiográfico.

Sobrepasado el ecuador de la obra nos encontramos con textos inéditos sobre el viaje a China que Barthes hizo con los miembros de la revista Tel Quel, lo que acentuaba su diferencia: otra indumentaria, otra generación, otra mirada, sin olvidar que Barthes estaba muy lejos de practicar el maoísmo barroco y sofisticado de la revista ni se dedicaba a la demagogia exquisita. En aquel entonces todavía las élites de izquierdas de París valoraban muy positivamente la revolución cultural. En su visión de China, Barthes oscila entre la crítica leve y las reflexiones estéticas, y abundan las observaciones felices y penetrantes sobre un país "ininteligible". Mientras iba recorriendo El léxico del autor en todos sus recovecos sentí que asistía a las fases diferentes de la obra de Barthes, la pasada, la presente y la futura, porque hay momentos que nos conducen a El grado cero de la escritura, a Crítica y verdad, que quedan lejos en el tiempo, a la vez que vemos la reflexión del presente implícita en el seminario y anuncios de la obra futura en especulaciones que se acercan mucho a sus Fragmentos de un discurso amoroso. Diré como conclusión que El léxico del autor es un libro variado, fluido, hermoso y también es un ensayo-autopsia, pues a través de sus páginas vemos, de forma tan arropada como desnuda, la construcción "en vivo" de un ensayo con todos sus vaivenes y registros.

Jesús Ferrero. Babelia. El País, sábado 2 de marzo de 2024.

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