De todos los cafés que jalonaban sus paseos, el más querido y frecuentado era sin duda el Flore, donde una tarde lo capté en un momento reflexivo y con la mirada ausente. Quizá pensaba en sus pasos perdidos: sus días en el sanatorio de tuberculosos, tocados por la enfermedad que le impidió entrar en la Escuela Normal Superior, a la que estaba destinado al igual que Sartre, Althusser y Foucault. O sus años de lector francés en Bucarest o Alejandría, donde tuvo más que un amor, o sus días en la Escuela de Estudios Superiores, donde dio el seminario reproducido en el libro que vamos a tratar, o su experiencia pedagógica más reciente en el prestigioso Colegio de Francia a cuyos cursos asistí y donde ingresó en 1977, tan solo tres años antes de su muerte.
El léxico del autor está prologado por Éric Marty, autor de El sexo de los modernos y gran lector de Barthes que conoce su obra palmo a palmo y que abre las puertas de la travesía con agudas matizaciones. Los asistentes al seminario formaban una camarilla de élite, con intelectuales como Aron, Sarduy, Sollers, Bremond, Kristeva y un largo etcétera. Decía Hegel que "la conciencia de sí solo alcanza su satisfacción en otra conciencia de sí", y eso pasaba en el seminario de 1973-1974, donde los narcisismos eran recíprocos y compartidos y donde Barthes tomaba conciencia de su propio discurrir en otras conciencias que lo acompañaban mientras se exploraba en realidad a sí mismo, pues el seminario fue la base de un ensayo irónicamente autobiográfico.
Sobrepasado el ecuador de la obra nos encontramos con textos inéditos sobre el viaje a China que Barthes hizo con los miembros de la revista Tel Quel, lo que acentuaba su diferencia: otra indumentaria, otra generación, otra mirada, sin olvidar que Barthes estaba muy lejos de practicar el maoísmo barroco y sofisticado de la revista ni se dedicaba a la demagogia exquisita. En aquel entonces todavía las élites de izquierdas de París valoraban muy positivamente la revolución cultural. En su visión de China, Barthes oscila entre la crítica leve y las reflexiones estéticas, y abundan las observaciones felices y penetrantes sobre un país "ininteligible". Mientras iba recorriendo El léxico del autor en todos sus recovecos sentí que asistía a las fases diferentes de la obra de Barthes, la pasada, la presente y la futura, porque hay momentos que nos conducen a El grado cero de la escritura, a Crítica y verdad, que quedan lejos en el tiempo, a la vez que vemos la reflexión del presente implícita en el seminario y anuncios de la obra futura en especulaciones que se acercan mucho a sus Fragmentos de un discurso amoroso. Diré como conclusión que El léxico del autor es un libro variado, fluido, hermoso y también es un ensayo-autopsia, pues a través de sus páginas vemos, de forma tan arropada como desnuda, la construcción "en vivo" de un ensayo con todos sus vaivenes y registros.
Jesús Ferrero. Babelia. El País, sábado 2 de marzo de 2024.
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