André Breton, autor del Manifiesto del surrealismo. //ABC
La elección de un eje surrealista Nueva York-París-Barcelona no era casual. Breton necesitaba un aliado de peso para dejar atrás lo que consideraba el nihilismo estéril de Dada y de su líder, Tristan Tzara. Y su cómplice fue Francis Picabia. El escandaloso pintor francés con raíces españolas, que había vivido entre Nueva York y París, no había dejado de visitar Barcelona desde que la eligiera para huir de la I Guerra Mundial. Allí había publicado con el galerista Josep Dalmau la célebre revista dadaísta 391, relevo de la neoyorquina 291. En 1922, lo contrató para una exposición que presentaría Breton. "¿Ira Breton a España?", preguntó el propio Breton en septiembre a Robert Desnos durante una de las sesiones hipnóticas del futuro poeta surrealista, y este, supuestamente en trance, contestó: "Se lo está pensando... Sí, ira y encontrará en Barcelona a un hombre que se interesará por lo que hace y lo encontrará en casa de un amigo de Picabia".
El 30 de octubre de 1922, a las once y cuarto de la noche, en el Café de la Paix de París, Desnos dibuja un coche de carreras, matrícula 391, que parte de la Torre Eiffel. El destino aparece escrito en un billete: Francia, España, Rrose. Rrose es Rrose Sélavy, el alter ego de Marcel Duchamp, otro pionero disidente del dadaísmo que vivía en Nueva York y con el que Desnos aseguraba estar conectado telepáticamente. Los cuatro pasajeros eran Picabia con su pareja, Germaine Everling, y el matrimonio formado por André Breton y Simone Kahn.
Picabia tenía 44 años, tres más que Picasso, y sostenía que cualquiera podía fotografiar un paisaje, pero nadie lo que sucedía en su mente. Le encantaba provocar a los académicos, retándolos a que vetaran sus cuadros en las exposiciones oficiales. Un diario francés Le Merle Blanc, aludiendo a sus raíces españolas, exigió que fuera conducido a la frontera y expulsado de Francia. "Mi corazón ladra y palpita, mi sangre es un ferrocarril sin estación que conduce a Barcelona", escribió Picabia en 1922. "Estoy trabajando aquí (Barcelona) en un gran cuadro que pretendo terminar en París. (...)Todo lo que he hecho en los últimos tres años ha sido para acabar este cuadro, La nuit espagnole. Estará cubierto de azúcar y pimienta, todos podran venir a lamerlo, el veneno de su interior solo me envenenará a mí", confió a Breton en abril.
Breton, a sus 26 años, los mismos que su rival Tzara, ya se había hecho con el liderazgo de la nueva generación de poetas. Hartos de un mar de ismos que duraban un suspiro (impresionismo, cubismo, futurismo, vibracionismo, instantaneísmo, ultraísmo, dadaísmo...), buscaban uno que definiera una nueva época. Guillaume Apollinaire había propuesto el término surrealismo el 18 de mayo de 1917, comentando el ballet Parade, de Satie, Picasso y Cocteau. Pocos meses después, el 10 de noviembre, los barceloneses pudieron leer por primera vez la nueva palabra, traducida como "súper-realismo", en el programa de mano del ballet en el Liceu.
Apollinaire había dado el nombre, pero no su contenido (solo una frase: "Cuando el hombre quiso imitar el caminar, creó la rueda, que no se parece a una pierna; creó así el surrealismo sin saberlo"). Breton, junto a Louis Aragon y Paul Éluard, fue quien impuso lo que debía entenderse por surrealismo. Cuando Picabia le pidió que le acompañara a Barcelona en 1922, ya estaba listo para sistematizar un primer compendio que desarrollaría en el manifiesto de 1924: de la escritura automática al relato onírico y al soñar despierto, dinamita para la moral cristiana. Lo hizo en una conferencia en el Ateneo de Barcelona el 17 de noviembre, con lo que se ha considerado uno de los textos fundacionales del surrealismo, Caractères de l'evolution moderne et ce qui en participe.
"Quizás", dijo Breton en el Ateneo,"haya entre ustedes un gran artista que a través del ruido de mis palabras distinga una corriente de ideas y sensaciones no muy distintas de las suyas". Cuando Joan Miró volvió a París en 1923 y preguntó al pintor André Masson a quien había que seguir, si a Picabia o a Breton, Msson no dudó: "A Breton, es el futuro".
Aquel año, Joan Miró pintó sus primeros cuadros surrealistas. En 1929, Salvador Dalí y Luis Buñuel aplicarían al cine la versión más irreverente del surrealismo. Federico García Lorca llevó su poesía a la cumbre y en 1935 nació una rama canaria. La Guerra Civil impidió en 1936 una exposición intternacional en Barcelona. En el franquismo , se confundió con el realismo mágico, despojado de elementos subversivos.
Josep Massot. El País, jueves 29 de agosto de 2024.
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