La joven y brillante matemática de El teorema de Marguerite es introvertida y está poco acostumbrada a la socialización, pero no tiene ningún trastorno del espectro autista. La directora Anne Novion hace bien en huir de ese cliché, aunque luego sí caiga en algunos lugares comunes de la visualización del pensamiento matemático: el encadenado de fórmulas sobre el rostro de la protagonista es el peor ejemplo.
La conjetura de Goldbach, que data del año 1742, ocupa buena parte del relato, pero, como otras obras en las que el tema es inescrutable para la mayoría, la directora se las ingenia para que el gran tema y los subtextos que lo acompañan sean mucho más mundanos. El teorema de Marguerite comienza como una clásica historia de ambiente universitario para desembocar en un retrato de crisis existencial. En principio, dramático, pero con algún toque de comedia romántica, el trecho menos interesante del trabajo de Novion. Están mucho más logrados otros aspectos: el lado obsesivo de las matemáticas y cómo te pueden hacer sentir vulnerable; las penosas condiciones laborales de los investigadores universitarios; el acechante peligro del orgullo y la vanidad; y , sobre todo, la profundidad que lleva implícita. El abismo de las matemáticas es también el de la vida. Las inseguridades, como llevar su vértigo y cómo encontrarnos en la búsqueda de la felicidad.
J. O. El País, , viernes 13 de septiembre de 2024.
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