viernes, 20 de septiembre de 2024

La mirada que se extingue

Alain Delon en Rocco y sus hemanos

En 2010 en el festival de Cannes, Alain Delon presentó junto a Claudia Cardinale la versión restaurada de El gatopardo. Durante un rato el actor se quedó en el fondo de la sala Debussy esperando para subir al escenario. A sus 74 años, siempre con su ligero bronceado y la camisa blanca desbrochada, sus ojos ya cansados seguían manteniendo toda la profundidad y el misterio de un actor que convirtió el accidente de su belleza en uno de los grandes monumentos de la historia del cine. La mirada de Delon era, cómo no, intimidante, pero cuando llegó el momento de presentar la película, con una mezcla de furia y pesimismo, dijo: "Menos Claudia y yo, el resto ha muerto. Así que comparecemos aquí con meros supervivientes".

Decir que Delon era guapo es reducir a vulgar cara bonita a un hombre que simbolizó como ninguno otro la ambigua naturaleza de la Europa de posguerra. Lo nuevo y lo caduco, lo terrenal y lo insondable, la luz y las tinieblas estuvieron siempre presentes en su perfecto rostro. No es casual que fuese Luchino Visconti, un esteta aristócrata y comunista, el hombre que lo moldeó a principios de los sesenta. En 1960, el actor estrenaba con 24 años dos de sus películas  en la que más emblemáticas  y las que quizá mejor explican la dualidad de su criminal belleza. En Rocco y sus hermanos de Visconti, daba vida a Roco, uno de los pobres hermanos Parondi, y en A pleno sol de René Clément, fue el más perturbador  de todos los Mr. Ripley. Santo y demonio. Sin inmutarse. Sin apenas interpretar, Delon podía serlo todo. Un año después, en 1961, Visconti aceptó llevar al teatro la obra del dramaturgo John Ford Lástima que sea una puta, la historia de un amor incestuoso en la que el actor compartía escenario con otra estrella emergente, la austríaca Romy Schneider, con la que acababa de trabajar en el drama romántico Amoríos (1958), de Pierre Gaspard-Huit. Los que vieron a Delon y Schneider en aquel debut en París recuerdan la fuerte impresión que provocó la joven pareja. Mientras el mundo se enamoraba de ellos, Delon y Scheneider empezaban una relación que con el tiempo ahondó en el aura trágica de ella y que, en la pantalla, cuajó en el thriller La piscina (1968), de Jacques Deray, uno de los directores con los que más trabajó el actor francés.

Fue poco antes de volver con Visconti en El gatopardo (1963) cuando Delon tuvo otra parada gloriosa en el cine italiano de la mano de Michelangelo Antonioni, que cerró su fundamental trilogía de la incomunicación con El eclipse (1961) en la que al actor daba vida a un joven corredor de Bolsa que intentaba seducir a a una escurridiza Monica Vitti...

En todas estas películas, Delon demostró tener el don de la quietud, le bastaba mirar para provocar sentimientos encontrados, a veces desamparo, otras de peligro, siempre de atracción. Como una pantera o como una estatua clásica, quizá lo que mejor explica su enigma, lo que convierte su belleza en algo alejado de otras grandes bellezas del cine, es su cualidad decadente , de algo que definitivamente se extingue. En una ocasión el fotógrafo británico David Bailey le preguntó a Visconti si consideraba la palabra decadente un insulto y Visconti le respondió: "Al revés. Es importante ser decadente porque la decadencia formará siempre parte de la historia y del arte". Eso mismo podría decirse de Alain Delon.

Elsa Fernández Santos. El País. lunes 19 de agosto de 2024.

No hay comentarios:

Publicar un comentario