domingo, 15 de septiembre de 2024

Pascal Quignard: "El arte es esa grieta que surge de lo simbólico"

El escritor francés Pascal Quignard, uno de los grandes "raros" de las Letras europeas, recibió ayer el Premio Formentor y defendiendo su idea mística y solitaria de la vida y la literatura. Cuando apenas contaba tres años de edad, la familia de Pascal Quignard (Vereneuil-sur-Avre, Francia,1984) se mudó a El Havre, ciudad duramente castigada por los bombardeos británicos durante la Segunda Guerra Mundial cuyo puerto renacentista quedó completamente destruido. "Nunca he abandonado El Havre, donde caminaba de niño  empujando la cabeza contra la fuerza del viento para ir al colegio", escribía en Les désarçonnés (Los inestables), publicado en 2012. y uno de los tomos de su ciclo Último Reino, cuyo duodécimo volumen, Les heures heureuses (Las horas felices), acaba de publicar en Francia.

La historia, fundamentalmente el barroco y el mundo clásico, aunque también el medieval, es el escenario predilecto de las obras de este francés ermitaño y heterodoxo que en 1994 abandonó su poderoso puesto como secretario general de la editorial Gallimard para retirarse al campo a leer, escribir y tocar y escuchar música, otro tema que entrevera su vida y su obra.

"Renuncié a todo. La vida es breve y dediqué mucho tiempo, demasiado, a luchar contra mi deseo de soledad. Desde hace más de treinta años tengo la relación más lejana posible  con ese medio, al igual que con todos los demás grupos, formaciones, ámbitos y sectas", contaba en una reciente entrevista con este periódico.

Paradojas de la vida o ironía del destino, otro lugar clave en el conflicto que dividió el siglo XX, la antigua estación de Canfranc (Huesca) -ahora reconvertida, tras décadas en ruinas, en un lujoso hotel-, por la que se salvaron en tren más de 15.000 judíos y que los nazis controlaron para proteger el abastecimiento de wolframio y tungsteno, es el lugar done el escritor recibe el Premio Formentor2023 -dotado con 50.000 euros-, concedido por la maestría con que ha rescatado la genealogía del pensamiento literario grecolatino, medieval y barroco" y por abordar "los enigmas literarios del alma humana".

En este enclave de cuento, que bebe de la arquitectura palacial francesa del siglo XIX y está rodeado por fondosos bosques de pinos que recubren las escarpadas cumbres pirenaicas,  Quignard, sobrio, sutil, conciso y pausado, tal y como es su obra, ha desgranado un bello discurso, cuajado de referencias clásicas a Ovidio, Babilonia y la Torre de Babel, su idea de arte. "Es la grieta en lo simbólico. La literatura es ese camino  de voz en la muralla de Babel", ha afirmado aludiendo a una de las Metamorfosis del autor romano.

También ha defendido la necesidad de escribir "no una elección, sino una necesidad para ensamblarse a sí mismo", a pesar  de reconocer "lo exigente  que puede llegar a ser la obra. Desde hace más de cincuenta años, te atormenta, te atenaza. Exigente, no se aparta de tu lado. Está al acecho, como una fiera". Y, desde luego, la de leer. "Aprendí a leer de forma muy precoz, la lectura era mi escondite. Soy una persona pasiva, y la lectura es pasiva, lo cual es maravilloso. La lectura nos permite sentirnos invadidos, no sabemos qué va a ocurrir en el libro que estamos leyendo, puede ser algo traumático o algo que nos calme". Sin embargo, he advertido que "es una experiencia más profunda y menos voluntaria que la escritura; la lectura no está hecha para todo el mundo".

Poco afecto a opinar del presente, Quignard, cuyos referentes se remiten a otros solitarios como Montaigne, San Juan del Cruz. Mallarmé o el filósofo chino Zhuangzi, asegura tener pocas esperanzas en el avance de la humanidad, estableciendo metáforas con su pasión musical. "No hay progreso político. El laúd es un instrumento sublime, que se dejó por motivos religiosos y solo duró 150 años. He tocado la viola, pero se prescindió de ella de repente durante la Revolución francesa porque se veía como un instrumento aristocrático. Luego llegó el piano y pasó lo mismo. Acabamos abandonando cosas maravillosas, fantásticas. Con el paso del tiempo no avanzamos, prescindimos de cosas completamente bellas".

Una visión que encaja con su obra, plagada de protagonistas desterrados o voluntariamente apartados de una sociedad adocenada y que huye de las emociones intensas, del silencio que precede a la creación y de la reflexión que acompaña al pensamiento profundo. "Soy una persona letrada y erudita. Los escritores que más me han importado han hecho de su escritura una vía mística", ha apuntado.

Quizá por ello, ha concluido reivindicando su modo de entender la vida y la literatura. "Este premio no es solo la recompensa por una obra. Es un ejercicio espiritual que está siendo reconocido. Se ha percibido y reconocido como una manera de vivir, algo extrema, salvaje y libresca a la vez, apartada de todos, sin un día festivo desde hace más de cincuenta años. Gracias".

Andrés Seoane. Canfranc. El Mundo, sábado, 23 de septiembre de 2023.

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