jueves, 5 de septiembre de 2024

Laurent Mauvignier: "Historias de la noche"

El escritor Laurent Mauvignier (Tours, 1967) no esperó a que la ultraderecha francesa estuviera a las puertas del poder para indagar en el resentimiento social que ha llevado al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen y Jordan Bardella a ser favorito en las pasadas legislativas. Su última novela, Historias de la noche (Anagrama), es un thriller ambientado en la Francia profunda, en uno de esos lugares en los que surgió la revuelta de los chalecos amarillos, antecámara de los últimos acontecimientos. Todo empieza en una granja en medio de ninguna parte, durante una fiesta de cumpleaños organizada por Bergogne, un joven agricultor, para su mujer, Marion. La pareja, sumada a su hija y a una vecina, verá irrumpir a tres hombres armados conectados con el pasado de esa esposa.

El libro es la historia de un crimen, uno de esos sucesos que colman los telediarios, pero también un sutil relato sociológico de una clase social que no abunda en la ficción literaria de su país. Figura en las míticas Éditions du Minuit, menos conocido en España de lo que merecería, Mauvignier firma una novela llena de frases largas y cargada de circunloquios, de esas que cortan la respiración, como escritas con apnea. La suya es una escritura de la violencia que, sin justificar nada, sí procura entender  de donde surge toda esa ira.

P.- Sus libros hablan de una Francia poco o mal representada en la literatura.

R.- En mi país existe una expresión que me exaspera: "la Francia invisible", "la Francia anónima". En realidad, esas personas tienen nombres, aunque no los conozcamos. Que no aparezcan en los medios no significa que no existan. No tengo la impresión de hablar de extraterrestres, sino de gente que uno se puede encontrar en cualquier parte. No sé cuántas personas viven en esas zonas rurales, pero está claro que no son minoría.

P.- Al revés, es posible que sean mayoría.

R.- Sí y los mismos que se sorprenden por el ascenso de la extrema derecha llevan años negando la identidad y la existencia de esa población. Los chalecos amarillos dieron voz a protestas y reclamaciones que llevo escuchando en mi región desde hace 30 años. Al leer ciertos artículos en la prensa, me sorprendió que descubrieran ese mundo de golpe. Hay gente que parece que nunca salió de casa. Me parece que muchos no saben lo que es el campo o, por lo menos, el campo donde yo crecí.

P.- No es un fenómeno únicamente francés.

R.- No, está pasando en toda Europa y en todo el mundo. Sucede también en Estados Unidos con Donald Trump. Los medios de Nueva York están totalmente desconectados de las zonas más remotas del país, no saben lo que son. No debería sorprendernos la reacción violenta de esa parte de la población. Por lo menos, a mí no me sorprende nada. Lo que me asombra es que no haya ocurrido antes.

P.- ¿Cómo se ha convertido esa población rural o periurbana, que se siente ignorada y menospreciada, en una fuerza política decisiva en su país?

R.- No es un proceso reciente. Hace décadas que germina ese resentimiento. En el campo francés siempre ha existido el racismo, pero en los últimos años se ha desinhibido. Además, las fábricas han cerrado y los jóvenes no tienen nada que hacer, Cerca de mi casa había una fábrica llena de amianto. Todos los hombres que trabajaban allí murieron. Fue uno de los primeros escándalos provocados por el amianto, pero las familias nunca fueron indemnizadas. La gente de mi edad que se quedó allí no consiguió trabajo. Todo eso crea un caldo de cultivo.

P.- El éxito del RN en esas zonas responde más a ese contexto que a una cuestión de racismo?

R.- Es un conjunto de cosas, pero es cierto que existe una pobreza de la que raras veces se habla. En Touraine, la provincia de donde vengo, muchos de mis amigos de escuela tenían padres campesinos. Ahora todos trabajan  para Monsanto, la empresa agroquímica de transgénicos. Pero el problema no son tanto los pesticidas como la pérdida de un vínculo social. Antes había una pequeña granja cada tres o cuatro kilómetros, lo que creaba un tejido social. Ahora eso ya no existe. Veo un  desarraigo derivado de un borrado de la cultura y de la historia campesina en nombre de la modernidad. No hay fábricas, médicos, escuelas ni iglesias; todo lo que garantizaba  ese vínculo ha desaparecido...

Álex Vicente. Babelia, El País, sábado 6 de julio de 2024.

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