martes, 17 de septiembre de 2024

Van Gogh trazó el futuro de la pintura

Cuando el pintor Paul Gauguin, tan pagado de si mismo y consciente de su genialidad, llegó en octubre de 1888 a la Casa Amarilla de Vincent Van Gogh en Arlés, la ciudad de la Provenza francesa, y contempló la serie de girasoles pintada por su amigo, entendió que no tenía nada que enseñar a un artista que, a diferencia de él, ya vislumbraba el futuro. Así es al menos como quiere imaginarse aquel encuentro Christopher Riopelle, uno de los comisarios de la exposición Van Gogh: Poets and Lovers (Van Gogh: poetas y amantes), que la National Gallery de Londres ha incluido en la celebración de sus 200 años de historia. 

"Era un profesional que planeó y organizó toda su carrera artística", explica Riopelle para desmontar el mito extendido de que la originalidad del pintor holandés -"el loco del pelo rojo"- derivaba en exclusiva de sus constantes trastornos mentales. "Fue él quien dijo: "Nadie me entenderá ahora, pero lo harán", y se refiere a sí mismo como el pintor  del futuro, el artista que lo anuncia. Aseguró que todo giraría en torno al color y acertó", señala el comisario. La pinacoteca reúne, en un esfuerzo que ha requerido cinco años de negociaciones con casi 30 museos y coleccionistas privados, 60 pinturas y dibujos del artista, en la primera exposición de su historia dedicada a Van Gogh.

Toda la muestra gira en torno a esos dos años, entre febrero de 1888, en los que el pintor viajó a la Provenza para huir de París, puso en marcha su proyecto de una comuna para artistas en Arlés, sufrió una trágica y fructífera convivencia y desencuentro de dos meses con Gauguin, se cortó una oreja y se internó voluntariamente en el hospital psiquiátrico de Saint-Rémy.

Dos años en los que Van Gogh perfeccionó una visión del arte más centrada en utilizar la realidad como vehículo para plasmar su imaginación que en replicarla. Los paisajes eran un modo de transmitir sus emociones, así como la visión idealizada de temas como el amor y la poesía. El parque que había enfrente de su casa en Arlés, un espacio público anodino, se convierte, a lo largo de diversos lienzos con colores luces y perspectivas diferentes, en un espacio de melancolía, un lugar de encuentro social con elegancia parisina o la metáfora de alguna idea literaria en su cabeza.

"El pintor lo imaginó como un rincón  donde los poetas del renacimiento paseaban, pero la idea no había surgido de la nada. Van Gogh había tenido numerosas conversaciones e intercambio de cartas con amigos como  el pintor Émile Bernard, en las que discutían  el significado de la poesía, su importancia, y el elemento poético de nuestras vidas o del arte", explica Cornelia Homburg, la historiadora del arte y comisaria de la exposición que convenció a la dirección de la National Gallery de que todavía había espacio para redescubrir a un artista del que ya parecía haberse dicho todo, pero cuya figura había sido apresada por los mismos prejuicios y leyendas que le habían hecho popular entre la gente.

Los jardines del psiquiátrico de Saint-Rémy, que Van Gogh veía desde su ventana o retenía en su cabeza después de pasearlos, se convierten con sus pinceladas en "un nido para los amantes" o en la plasmación de la angustia y el sufrimiento de los enfermos, con un árbol podado y los últimos rosales de un espacio ocre y azul donde la vegetación ondula hacia el cielo. (...)

La exposición reúne los lienzos que cualquier espectador identifica con el pintor, pero termina con un cuadro enigmático, Hierba alta y mariposas. Un primer plano del suelo del jardín de Saint-Rémy, casi abstracto, que hipnotiza con sus mil tonos de verde  y la dificultad de averiguar la perspectiva de un pintor que anunciaba el futuro, y que moriría unos meses después, a los 37 años, de un tiro en el estómago.

Rafa de Miguel. Londres. El País, jueves 12 de septiembre de 2024.

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