Él era hijo de Lucien, colono francés muerto en combate en la I Guerra Mundial y de Catalina Sintes, nacida en Mahón (Mallorca), semianalfabeta y casi sorda. Ella, de Santiago Casares Quiroga, presidente del Consejo de Ministros cuando estalla la Guerra Civil, y de Gloria Pérez, quién engañó a su padre con un joven de 18 años que terminó siendo, también, amante de María. Camus y Casares, ambos lejos de los lugares donde habían nacido (la Argelia francesa y A Coruña) se consideraban extranjeros, exiliados, y solían referirse uno al otro como su patria interior y a su separación como otra forma de "exilio". Él, pelo negro engominado hacia atrás. un cigarrillo siempre pegado a la comisura, se parecía a Humphrey Bogart. Ella morena, espigada, había nacido con unos inmensos ojos verdes diseñados para la tragedia, para el teatro.
Pasaron más tiempo escribiéndose que viéndose, así que la relación epistolar era una forma de estar juntos, de tocarse. Dice él: "Hoy tenía una necesidad casi física de tu carta, igual que se necesita una tabla a la que agarrarse... Hay que hablar, hablar y hablar para sustituir a los cuerpos". Responde Casares: "Vivo contigo todo lo que me sucede y por la noche te vuelvo a contar todo lo relacionado con mi vida solitaria". Un día sin carta disparaba la ansiedad de los amantes; "¿Te has olvidado de tu compañero de planeta, del amigo, del amante, del amor?"
Hay páginas y páginas invadidas por los celos. Camus: "Leo tus cartas y cada nombre masculino me deja la boca seca. Seguramente no es una demostración de inteligencia, pero ¿qué me importa a mí ahora la inteligencia?". Casares:"¿Sabes lo que representa, para un ser que ama y que se muere de orgullo y de necesidad absoluta, volver a casa todas las noches para imaginarme escenas de intimidad, incluso de cariño, que están sucediendo en otro lugar?... Otras veces son los remordimientos los que acaparan el relato, sobre todo de Camus, por engañar a su esposa, conocedora de su relación con Casares y enferma de depresión. Y remordimientos también hacia Casares, por absorberla completamente. También Casares pasa de los celos a la compasión, de la ansiedad a la resignación: "Amor mío, me da mucha pena cuando pienso en Francine y en tí, desgarrado por todas partes. Cuídala y entrégate a ella por entero. Yo te esperaré cuanto desees".
Cuando Francine murió, su hija Catherine quiso conocer a María Casares. Quedaron en un hotel de Niza, tomaron chocolate. Hablaron del "hombre tierno y cálido por naturaleza que habían compartido. Un día la actriz le pidió permiso para vender las cartas de amor de su padre, ya que necesitaba el dinero para reparar el techo de su casa. Catherine decidió peritarlas para ver si podía pagarlas y comprárselas. "No quería que cayeran en manos equivocadas y las guardé en una bolsa durante 30 años. En 2016 pensé que nadie se acordaría de la maravillosa mujer que era María. Sabía que cuando murió (en 1996) alguien había robado las fotocopias de la correspondencia y temía que aparecieran en una edición pirata. Una amiga de la infancia me ayudó a ordenarlas".
El viejo dilema -¿tiene un escritor que alcanzó la cima de la literatura textos privados o disuelve el reconocimiento público todo lo íntimo?- se resolvió a favor del público en 2017 con el volumen Correspondencia 1944-1959 (editado en castellano en 2023 por Debate). Catherine Camus decidió convertir el romance y su amante en patrimonio universal, compartiendo una clase de amor que muchos no conocerán jamás. Después de todo, para eso existe la literatura: para hacernos vibrar con otras vidas, visitar otros mundos.
Natalia Junquera. Madrid. El País, domingo, 4 de agosto de 2024.
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